La canción perfecta de Richard Harris
MOMENTOS ESTELARES DE LA TELEVISIÓN (VII)

La canción perfecta de Richard Harris

Richard Harris era un animal de la interpretación del que nunca podremos decir que habría llegado muy alto si hubiese bebido menos, porque llegó a lo más alto y lo hizo con la copa en la mano.
Richard Harris

Albert Camus decía que un artículo es una idea, dos ejemplos y tres cuartillas. Lo de las cuartillas va de baja, y más en tiempos de espacios digitales infinitos, pero podríamos intentar ceñirnos a sus otras recomendaciones.

Seguramente no ha habido una sola generación de intelectuales que no haya desconfiado mucho o poco de la televisión, bien fuera por su supuesta banalidad como medio o por ser un pernicioso entretenimiento opresor. Ese movimiento también tiene otra derivada y es la queja de quien ve hoy insustancialidad y mal gusto donde antes existía un supuesto paraíso televisivo. Sea como sea, sí es cierto que, como poca gente se tomaba en serio la televisión antes de los tiempos de HBO, la libertad con la que muchas personas se relacionaban con la pequeña pantalla era grande, hasta rozar la más absoluta despreocupación en algunos casos. Richard Harris era un salvaje nada ingenuo, un actor de formación clásica y maneras de rudo educado que reverenció el teatro, se hizo famoso en el cine y se lo pasó en grande en la televisión.

Harris era uno de los actores más dotados de una generación de intérpretes de enorme talento para la escena y la bebida

Las relaciones de los actores de cine y teatro con la televisión no pueden resumirse fácilmente. Han sido desde tormentosas a productivas, pasando por inexistentes en algunos casos. Casi es posible decir que hay tantos modelos de relación como actores, pero, por término medio, dichas relaciones han sido fluidas y constantes desde los años cincuenta. Algunos actores han usado la televisión como simple fuente de ingresos o refugio para los malos tiempos, otros como lanzadera de sus respectivas carreras y algunos incluso con profunda convicción artística. Y otros actores, como Richard Harris, bueno, Harris hizo durante toda su vida lo que le dio la real gana, también en la televisión.

Harris forma parte de la historia del medio, tanto por las entrevistas que concedió a lo largo de su carrera, como por un par de momentos televisivos especialmente relevantes, relacionados con su aptitud musical y su destreza para las noches de mal beber. Pero no corramos tanto.

Richard Harris

Richard Harris, un salvaje nada ingenuo.

Los espectadores más jóvenes quizás sólo conocen a Richard Harris como el mago Albus Dumbledore de la saga Harry Potter. Harris nació en Limerick (Irlanda) y se ganó un respeto en el cine con El ingenuo salvaje (1963), película que retrataba un mundo que conocía bien, el de la cultura obrera en un país empobrecido y entristecido. En años anteriores Harris había aparecido en títulos importantes como Los cañones de Navarone (1961) o Rebelión a bordo (1962). Luego le dio por trabajar con Antonioni en El desierto rojo (1964), fruta maravillosa para degustadores del posestructuralismo y la teoría de los colores, para pasarse poco después a las películas de respetable presupuesto y no menos ambición (tuvo gusto por los textos clásicos y la sagrada historia del mundo y de Inglaterra, que para algunos es lo mismo).

Poca conciencia existía en la época de lo importante que serían estos momentos como irrefutable prueba de cargo de los buenos oficios televisivos

De forma más o menos natural, Harris entendió que, para poder actuar, dirigir y montar espectáculos al margen del gran público tenía que alimentar, ni que fuera un poquito, a la gran industria. El único problema era que la vida personal de Harris era tan interesante, o disparatada, según se mire, que sus logros artísticos solían quedar en segundo plano. En realidad, Harris era uno de los actores más dotados de una generación de intérpretes de enorme talento para la escena y la bebida. La nómina es impresionante: Richard Burton, Peter O’Toole, Laurence Harvey, Oliver Reed, Peter Finch y Albert Finney. Podrías redactar un anecdotario bastante divertido con sus correrías nocturnas (de hecho, bastaría con las de O’Toole y Harris), y eso siempre interesó mucho a quienes le entrevistaban o hablaban del protagonista de clásicos como Cromwell (1970) o Camelot (1967).

Pero el Harris artista siempre se resistió a perderse definitivamente entre copas o drogas. Y el hombre dotado para tantas artes como musas hay en el Olimpo se atrevió con la música para darnos una de las más perfectas interpretaciones televisivas de una canción que puedan recordarse. Porque Harris era un gran cantante, también.

Jimmy Webb compuso para él un álbum completo, “A Tramp Shining” que, por azares de la vida, se publicó en mes tan significativo como mayo de 1968. Y su principal éxito fue la canción que abría la segunda cara, “MacArthur Park”. Una canción larga, de más de siete minutos, barroca y excesiva, con una estructura en varios movimientos, llena de melancolía y que, supuestamente, cuenta los amores, deseos y esperanzas (todo ello roto en mil pedazos, por supuesto) del propio Webb cuando caminaba por el parque del título unos años antes de la mano de Susan Horton.

Harris, que venía de cantar reales canciones en Camelot, la llevaría hasta el número 2 del Billboard Hot 100 en EE.UU., y Donna Summer la subiría hasta el 1 diez años después. No está mal ser el dos de Donna Summer, aunque la diva simplificó y acortó un poco la canción, quizás porque la posmodernidad ya imponía sus ritmos intertextuales y sus refritos discotequeros.

El caso es que Harris quería cantar, y salir de gira, y pasárselo muy bien, especialmente esto último, y aunque poco después del lanzamiento se enfadaría con Jimmy Webb, nada raro ni atípico viniendo de Harris, el disco, y especialmente la canción, le sirvieron para demostrar que era un cantante dotado que no necesitaba aparatajes fuera de lo común ni discurso paratextual como un Hasselhoff cualquiera.

Nuestro momento televisivo se grabó y emitió un martes 13 de junio de 1972 en el canal inglés ITV. La gala se llevó a cabo en el Queen Elizabeth Hall, sala de conciertos inaugurada en 1967 con un espectáculo dirigido por el mismísimo Benjamin Britten. En semejante lugar, de tan regio nombre y no menor solera artística, pudo ese vagabundo musical dotado para los líos y la diversión ofrecernos una interpretación memorable de “MacArthur Park”.

Harris era un animal de la interpretación del que nunca podremos decir que habría llegado muy alto si hubiese bebido menos, porque llegó a lo más alto y lo hizo con la copa en la mano

Harris coge el micro sin apretujarlo, con delicadeza, sube, baja, flexiona levemente su cuerpo para seguir los ritmos de esta canción con espíritu de pieza operística y envoltorio de balada sesentera, que atesora cambios de ritmo, puentes y suficientes meandros para aturdir a un entendido musical. Y el realizador televisivo del momento abusa de un plano contrapicado que se revela gran hallazgo, porque Harris canta con enorme dignidad una historia de desamor que en manos de otro podría caer fácilmente en lo empalagoso, o directamente en lo ridículo. Los planos generales y lejanos nos dejan ver a Harris casi siempre de espaldas a una orquesta que toca y toca para que el vagabundo nos haga olvidar que la romántica imagen del parque MacArthur va acompañada de una florida metáfora sobre un pastel y su receta.

Pero eso no importa, Harris sigue, y como buen actor que es, casi mediada la canción y en uno de los puentes entre parte y parte, se sienta en el suelo del escenario y sigue cantando, como si nada. Ahí, doblado por el dolor de la pérdida, el vagabundo se hace enorme, colosal. Y aunque Donna Summer lo hiciera muy bien años después, nadie ha sido Harris cantando “MacArthur Park” y ni siquiera se le ha quedado cerca. La parte instrumental se resuelve sola porque Richard Harris sabe cuando no es necesario apostillar. Y ya. La actuación es memorable y el aire de todo es muy poco trascendente, porque poca conciencia existía en la época de lo importante que serían estos momentos como irrefutable prueba de cargo de los buenos oficios televisivos llevados a cabo en tiempos cada vez más convulsos.

Richard Harris

Richard Harris forma parte de la historia del cine y la televisión.

No quisiera acabar sin mencionar, ahora que llegamos a la tercera cuartilla, otro momento glorioso de la vida televisiva de Richard Harris. Como saben, Dick Cavett es una institución en el mundo del periodismo televisivo estadounidense. El 12 de mayo de 1971 Richard Harris apareció en el programa de Cavett con la cara bien marcada, o partida, cuestión de matiz. Allí explicó que había pasado una gran parte de su vida metido en peleas, o tratando de evitarlas, o todo a la vez.

Ése era Harris. Un animal de la interpretación del que nunca podremos decir que habría llegado muy alto si hubiese bebido menos, porque llegó a lo más alto y lo hizo con la copa en la mano. Y sin importarle lo más mínimo lo que pudieran decir de él. Quizás por ello tenía una buena relación con la televisión, para la que hizo notables productos de ficción y en la que paseaba alegremente sus dotes como cantante, no menores, y sus divertidas e inimitables historias etílicas.

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