'Juego de Tronos' (8x02): Adiós, amigos, adiós
'Juego de Tronos' (8x02)

Adiós, amigos, adiós

¿Algún deseo antes de morir? Arya cumple una fantasía. Brienne se convierte en caballero. Jon se confiesa ante Daenerys. Es momento para la intimidad (y el vino).

“Invernalia”, el primer episodio de esta esperada temporada final de Juego de Tronos, dejó muy claras las prioridades de la serie de cara a las próximas y finitas horas que pasaremos en Poniente. Lleno de reencuentros de personajes y referencias a los primeros episodios de la serie, sirvió para situarnos después de tanto tiempo. “Un caballero para los Siete Reinos”, un episodio superior al anterior, sigue con otros reencuentros y más referencias, pero nos prepara para lo que vendrá y se encarga de dejarnos las cosas claras. Por si aún queda alguien despistado.

Esto ya no trata de lealtad, ni de familias, incluso ni de las luchas de poder –aparcadas provisionalmente, no nos engañemos–. A estas alturas, esto trata, casi exclusivamente, de supervivencia. Así lo verbaliza Jaime Lannister, en el inicio de este segundo episodio, cuando es evaluado públicamente por Daenerys, Sansa, Jon y el resto de líderes atrincherados en el norte. Su claridad a la hora de juzgar lo que todos se juegan es reveladora y le permite superar esa especie de juicio al que les están sometiendo y del que –ponemos la mano en el fuego– no habría sobrevivido en temporadas anteriores. Lo que hiciera, lo que todos han hecho, es cosa del pasado. El presente, a escasos momentos de la hora decisiva, no requiere rencor y escarnio pero tampoco perdón. Requiere arrojo y valor. Cualidades que Jaime, pese a todo, siempre ha mantenido. Tyrion y Brienne dan la cara por él, conscientes de que el momento lo precisa.

Todo ello sucede en una escena inicial que bien podría leerse en clave autorreferencial. Como espectadores aún podríamos estar cuestionando constantemente las intenciones y alianzas de cada personaje, como hacen Daenerys y Sansa, pero es un esfuerzo inútil a estas alturas del partido; la hora para ser reacios ha terminado. Como creadores, Weiss, Benioff y compañía aprovechan, al igual que Jaime, la franqueza cristalina que ofrece estar delante de algo finito, de algo mortal. Si acaso, la única ventaja que presenta una situación así.

Juego de Tronos ha sido, y es, un fenómeno por méritos propios. Su apuesta por una serie épica y ambiciosa ha triunfado y ha superado las expectativas iniciales de HBO, que ya eran altas. La serie, a diferencia de sus propios personajes, no debería temer a la muerte, pues su impacto ya ha trascendido a cualquier final posible. Pero todo lo construido hasta ahora, su legado, podría quedar manchado por un final decepcionante o insuficiente. Conscientes de ello, a juzgar por el segundo episodio de la octava temporada, parece que de momento están aprovechando bien esa claridad y definición que comporta saber tu destino.

Jaime Lannister se enfrenta al juicio moral en Invernalia (8×02) / Crédito: HBO España.

Curiosamente, el único personaje que sí disfruta de ese conocimiento del destino y más allá, Bran, sigue estancado en escenas extrañas y redundantes, faltas del interés y de la naturalidad que por el contrario nos despiertan otras. Quizá su clarividente frialdad nos aleja demasiado de él. Aun así, todos los que están en Invernalia –a diferencia de los que no, ejem, Cersei– comprenden lo que está en juego y la serie, de forma justa, mantiene su foco exclusivamente en ese flanco, como sucede en todo el metraje de “Un caballero para los Siete Reinos”.

Volviendo a la primera escena, ésta nos avanza cómo será el resto del segundo episodio. En la mejor tradición de las series de televisión de toda la vida –las que no tenían centenares de millones de presupuesto, vaya– “Un caballero para los Siete Reinos” tira de economía de recursos y pone la acción en los personajes y en sus diálogos, no en las batallas. Todo en este capítulo es una antesala de algo terrible. Todo se reduce a apurar los últimos momentos de claridad antes de la tormenta. Es la noche previa a la llegada de los Caminantes Blancos y nadie puede dormir cuando la muerte acecha: es tiempo de canciones, de charlas al calor del fuego, de licores y de despedidas. Es tiempo para la verdad.

Los marginados son ahora líderes. Los débiles son ahora fuertes. Los sabios son valientes. Y las mujeres gobiernan.

También es momento para los ritos de paso que culminan las largas travesías personales de dos personajes clave: Brienne y Aria. La primera, en la escena más emotiva del episodio y de Juego de Tronos en mucho tiempo, es nombrada “Caballero de los Siete Reinos” por Jaime, cumpliendo el sueño de su vida y confirmando, en su relación actual con Jaime, cómo han cambiado las tornas para estos personajes a lo largo de ocho temporadas. “Piensa en cómo empezamos”, dice Sam Tarly en otra buena escena de contemplación y diálogo entre él, Jon y Eddison Tollett. Una frase que se aplica a los tres personajes, sí, pero también a Jaime y Brienne en el momento de su proclamación caballeresca y, por extensión, a todo el capítulo.

A lo largo de las diferentes escenas de este episodio, planteadas como set pieces con diálogo en lugar de acción, somos testigos de lo mucho que han cambiado las cosas y de cómo la mayoría de dinámicas entre personajes han sufrido un vuelco, como si de una prenda reversible se tratara. Los marginados son ahora líderes. Los débiles son ahora fuertes. Los sabios son valientes. Las mujeres gobiernan y comandan y Brienne es, al fin, Caballero de los Siete Reinos. «¡Puta tradición!», exclama Tormund. Amén.

Brienne protagoniza una de las escenas más emotivas cuando es proclamada «caballero» por Jaime / Crédito: HBO España

Por su parte, el rito de paso de Arya Stark previo a la contienda, nos sorprende con su primera escena de sexo junto a Gendry. La escena puede sorprender a algunos o parecer innecesaria. No por menos esperada pierde su sentido. Para Arya, quien lleva las riendas de la situación, es la oportunidad antes de la incertidumbre de la guerra de dejar atrás –por si no quedaba claro- la inocencia infantil y dar paso a una edad adulta en la que ella controla lo que quiere y lo que le sucede. Para la serie, quizá la escena sirve, quién sabe, para despedirse de esas escenas de sexo que tantas veces han parecido obligadas y que, a veces injustamente, han servido para criticar de forma facilona Juego de tronos.

Así, todos en la serie, personajes y creadores, son conscientes de lo mucho que han cambiado y piensan en ello. Sin embargo, esa necesidad de que sucedan cosas, esa hambre por complicar los esquemas, vence a la serie. Y vence a un Jon Snow/Stark/Aegon Targaryen –ya no sé cómo llamarlo al pobre– que revela su gran secreto a Daenerys en esta noche de calma tensa, que precede a la temida batalla. Veremos si ha hecho bien en contárselo o si ha escogido el peor momento para hacerlo, con los Caminantes Blancos aguardando a pocos metros de Invernalia.

El precioso plano final respira la misma mezcla de quietud, nerviosismo y frío terror que se ha respirado en todo el capítulo. En él distinguimos, de espaldas, a Los Caminantes Blancos a lomo de sus caballos. Contemplando la fortaleza norteña antes de infligir la larga noche a los vivos. El cuadro presagia que lo que sucederá a partir de ahora en Juego de tronos puede ser fatal para Jon, Daenerys, Sansa, Arya, Jaime, Tyrion y el resto de personajes, pero tremendamente estimulante para nosotros, estimado público fiel. Demos rienda suelta a nuestras teorías, quinielas de oficina y apuestas personales, sí. Pero sobre todo cojamos fuerzas y mucho ánimo para disfrutar de lo que está por venir, pues nadie nos asegura «lo que vendrá después».

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