'Homecoming' (T2): Reiniciarse o morir
'Homecoming' (T2)

Reiniciarse o morir

La segunda temporada de 'Homecoming' consigue mantener el interés pese a la ausencia de Julia Roberts.

Janelle Monáe en la segunda temporada de 'Homecoming'

De ser cierto lo que proponía Homecoming en su primera temporada, el proyecto megalómano de la corporación Geist sería el sueño húmedo de cualquier productora de cine o televisión a gran escala. Esto es, la posibilidad de resetear la memoria de los soldados vueltos del frente con una mochila de estrés postraumático especialmente pesada. ¿Acaso en la Columbia no hubieran compartido gustosamente parte de los beneficios con quien hubiera conseguido borrar el recuerdo de los tres Spiderman de acción real que nos han colado en tan sólo veinte años? Cada uno tendrá su favorito, pero está claro que las aportaciones sucesivas de Tobey Maguire, Andrew Garfield y Tom Holland han dado pie a todo tipo de comparaciones y referencias cruzadas. A los espectadores dopados con sustancias rojizas de misteriosa composición los famosos reboots les entrarían mejor. Incluso a Peter Jackson le hubiera venido bien que olvidáramos su fastuosa primera incursión en la Tierra Media cuando decidió estirar El Hobbit hasta extremos insospechados.

Viene esto a cuento porque la misma reflexión es aplicable a las series; el estreno de una nueva temporada no siempre se acompaña del deseable más difícil todavía. Demasiadas veces la norma es la repetición de moldes, aplicando los mismos elementos en distintas probetas, con rigor de científico chiflado, hasta el agotamiento definitivo de la fórmula.

Pero no vamos a entrar en la espinosa categoría de las series que no han sabido acabar cuando debían. Ni nos pondríamos de acuerdo, ni es el caso de Homecoming, obligada a reiniciar buena parte de sus planteamientos por imperativos del estrellato. Vamos, básicamente por el anuncio de que Julia Roberts no iba a actuar en la segunda temporada, que se mantendría tan sólo como productora ejecutiva, y que por tanto no íbamos a poder seguir explorando la zozobra existencial de la exterapeuta Heidi Bergman. Y no sólo eso: el director de la primera tanda de episodios, Sam Esmail, exitoso creador de Mr. Robot y amigo de la experimentación visual, le cedía el testigo a Kyle Patrick Alvárez, responsable de algunos capítulos de ese supuesto drama existencial adolescente mucho más frívolo de lo que aparenta ser que lleva por título Por 13 razones (y que, efectivamente, formaría parte de la escudería de ficciones alargadas hasta la náusea).

Los showrunners Micah Bloomberg y Eli Horowitz, autores del podcast original en que se basaba aquella tensa historia de conspiranoias empresariales, sabían muy bien que proseguir con el Homecoming televisivo requeriría imaginar nuevos pliegues de la intriga que ya no podían tomar prestado nada más del formato sonoro, adaptado íntegramente y de forma bastante fiel en la primera entrega. Pocas certezas y algunas incógnitas, que afortunadamente se han despejado con un notable alto.

Ya sea desde una posición omnisciente o a través de un cicerone (ahora incluso los hay que miran a cámara y te hablan directamente, adónde iremos a parar), toda ficción acaba siendo una cuestión de perspectiva. En Homecoming nos habíamos dejado guiar por la memoria fragmentaria del personaje de la Roberts (que por cierto, en el podcast tenía la voz de otra actriz reconocible para nosotros, la de Catherine Keener). Su confusión era la nuestra. El hecho de esbozar esa desorientación en dos tiempos despertó la vena más lúdica y rompedora del bueno de Esmail, que se sacó de la manga el cambio de formato de pantalla, ese constante ir y venir del 16:9 en que se encuadraba el pasado profesionalmente fulgurante de la psicoterapeuta al 4:3 en el que se constreñía un presente misteriosamente limitado. Ahora que más o menos sabemos qué provocó la caída en desgracia de Heidi Bergman, y si esperábamos profundizar algo más en su drama da lo mismo porque ya se fue, era necesario buscar un nuevo eje desde el que seguir dando vueltas a ese programa de supuesta reconstrucción de la vida civil de aquellos que marcharon a la guerra. A ese programa y a sus inevitables víctimas colaterales.

A medio camino del reinicio y la secuela, la segunda temporada de Homecoming nos presenta a un nuevo personaje, al que conocemos in media res, como decían los antiguos, o en pleno berenjenal, como dirían otros más modernos. Una mujer a la que da vida la cantante y actriz incipiente Janelle Monáe despierta a bordo de una barca que flota a la deriva en un lago rodeado de espesuras densas y boscosas por los cuatro costados. No sabe quién es ni qué está haciendo allí. Puestos a elegir quedarte amnésica, mejor volver a la realidad en un sofá frente a un televisor de pantalla nevada que en aquel paraje agreste. Pero eso es lo que hay. Por lo menos tiene tiempo de ver que alguien se aleja de la orilla. Desde los primeros compases entendemos que todo cambia para que todo siga igual. Volvemos a conocer a otra mujer en plena crisis de identidad, forzada a armar un rompecabezas para conocerse a sí misma, de esos en los que al final siempre falta alguna pieza. La pérdida de memoria, la angustia de convertir la mente en una tabla rasa de la que se borran los traumas pero también los momentos felices, sigue estando en la base de la trama, esta vez de manera explícita desde la secuencia de arranque.

En el comentario de la primera entrega de la serie un referente evidente parecía ser ‘El mensajero del miedo’; ahora ha desplegado todo su potencial hitchcockiano

Monáe, a quien ya habíamos visto en las películas Moonlight, Figuras ocultas o Harriet: en busca de la libertad, y en un capítulo de la antología de Amazon que adaptaba relatos de Philip K. Dick, Electric Dreams, aporta al personaje las dosis necesarias de consternación de quien se ve superada por los acontecimientos y actúa a remolque de los demás, sin poder acabar de fiarse de nadie. Igual que Roger Thornhill en Con la muerte en los talones, está a punto de emprender un viaje sin retorno asegurado a bordo de una montaña rusa de amenazas constantes. En el comentario de la primera entrega de la serie un referente evidente parecía ser El mensajero del miedo; ahora ha desplegado todo su potencial hitchcockiano, el que ya intuíamos desde el inicio. No sólo por el armazón de falso culpable en fuga con el que coquetea, sino por multitud de pequeños detalles. Cada vez que la protagonista conduce cegada por los faros se hace visible la sombra de Marion Crane, cleptómana arrepentida reconvertida en víctima bajo la ducha del Motel Bates. De hecho en el primer capítulo nuestra mujer sin memoria también viaja a un motel, donde sufre otro tipo de ataque bastante menos irreversible.

El respeto por el legado cinéfilo ha sido una constante en esta producción, empezando por su envoltorio musical. En la primera temporada Esmail consiguió esquivar cualquier posible conflicto de derechos de autor, cual campeón olímpico austríaco de eslalon, pudiendo incluir sampleados de algunas bandas sonoras de películas míticas (Vestida para matar, Klute, La amenaza de Andrómeda, La cosa, Los tres días del Cóndor, Fuego en el cuerpo, Vértigo…). La estrategia para los siete capítulos nuevos ha sido diferente. Emile Mosseri ha compuesto una partitura original, aunque claramente influida por la obra de Bernard Herrman. Poco se puede objetar a esa decisión.

Rodaje de la primera temporada de ‘Homecoming’ con Julia Roberts.

La trama de Homecoming está habitada por elementos de una modernidad extrema: la manipulación química éticamente reprobable, el rediseño de la actividad militar con criterios contables, la guerra vista como un videojuego al que siempre es posible reengancharse, la ambición creciente de las grandes corporaciones dispuestas a arrasar con todo… En cambio, la puesta en escena destila cierto aroma clásico. Los creadores de la serie no ocultan sus referentes y les rinden tributo una y otra vez. ¿Acaso la sede central de la corporación Geist, escenario de algunos de los momentos clave del drama, trasunto de la sede de la ONU o el observatorio del monte Rushmore, allá donde Cary Grant las pasaba canutas, no nos transporta al diseño de producción de tantas películas de los años 70? No será por casualidad que en la fiesta de empresa, para acallar los lamentos del fundador, suena un himno de los Fleetwood Mac, «Don’t stop», una de las piezas de ese disco soberbio que fue Rumours, publicado en 1977. Ese decorado complejo de pasillos enmoquetados y escaleras retorcidas de diseño casi escheriano está inspirado en Mies van der Rohe, pero remite sin duda a los thrillers de Pakula o Pollack, incluso a esas pesadillas del Cronenberg desbocadamente carnal de los inicios. En este juego de espejos podemos remontarnos todavía más atrás. Cuando se recurre al uso de la pantalla partida, un equivalente algo más modesto de ese cambio de formatos que mencionaba antes, sospechas que allí anidan las comedias románticas con Rock Hudson y Doris Day, y no tanto el sufrido Jack Bauer de la magistral 24. En tiempos de alfabetización audiovisual apresurada, este gusto implícito por el pasado se agradece.

La estructura circular de la intriga parte en dos el presente atormentado de la mujer amnésica, mediante un flash-back que ocupa buena parte de la temporada a manera de cuña y arranca justo después de la sorprendente conclusión del segundo capítulo, el de la fiesta corporativa, realmente vibrante. A partir de allí importa tanto la creación de atmósferas como el giro de guión, un rasgo de estilo muy propio de Esmail y de sus compinches. Una vez intuida la identidad de la protagonista no es muy difícil adivinar los pasos que va a dar la ficción, aunque sus creadores se guardan un as en la manga, la recuperación del soldado Walter Cruz interpretado con toda solvencia por Stephan James. Por suerte, la extrema condensación del suspense en tan sólo siete capítulos de media hora consigue dejarnos siempre con ganas de más.

Leonard Geist parecía destinado a ser Bill Gates, pero su carácter gruñón y misántropo le convierten en una Casandra que vaticina la debacle de su propia criatura

La odisea que se despliega en este molde más propio de una sit-com aporta nuevos ángulos a la conspiración maquinada desde la corporación Geist, un nombre muy oportuno, por cierto, ya que «Geist» es fantasma o espectro en alemán. Y eso es lo que son las grandes corporaciones para la sociedad actual, entes sin cabeza visible a la hora de pedir responsabilidades. A la manera de quien descubre habitaciones hasta entonces cerradas a cal y canto en una inmensa mansión laberíntica, la cruzada de Janelle Monáe en pos de la verdad permite que entren en juego nuevos peones relacionados con el programa de reinserción Homecoming. Ahí está Chris Cooper, gato viejo, en el papel del descolocado fundador de la empresa madre, un hombre que pudiendo vivir en la torre más alta del imperio del que puso la primera piedra se conforma con una especie de invernadero destartalado, como si fuera el guardia del acceso a ese conglomerado industrial.

Leonard Geist parecía destinado a ser Bill Gates, pero su carácter gruñón y misántropo le convierten en una Casandra que vaticina la debacle de su propia criatura. También celebramos la recuperación de Joan Cusack, la hermanísima, en la piel de una militar poco escrupulosa. Y por supuesto, destacamos que un personaje al que ya habíamos conocido superficialmente en la anterior entrega es redescubierto desde un nuevo prisma. Me refiero a Audrey Temple, directiva de Geist de la que ahora sabemos que ha llegado hasta allí mediante curiosos métodos de ascenso, interpretado por Hong Chau (a los seguidores de Bojack Horseman les encantará saber que esta actriz ha estado poniendo voz a la perra Pickles, la camarera que llegó a ser pareja de Mr. Peanutbutter). Ella es el único enganche posible de la protagonista con una realidad que se le escapa entre los dedos y que explosiona en un clímax grandilocuente y eficaz, un acto de terrorismo neurológico, la constatación que al final es más importante saber de dónde venimos que adónde vamos.

homecoming 2 temporada

Chris Cooper y Hong Chau en la segunda temporada de ‘Homecoming’.

Todos ellos consiguen hacer de la segunda temporada de Homecoming una experiencia placentera, un reinicio satisfactorio. A los fans irredentos de Julia Roberts les queda el consuelo de saber que la estrella sigue trabajando con el hiperactivo Sam Esmail en Gaslit, otra serie basada en un podcast, que aportará nueva luz sobre una conspiración mucho más real, la del Watergate. Roberts será Martha Mitchell, esposa del Fiscal General de la administración Nixon, una mujer que se atrevió a avanzar públicamente que algo olía a podrido en la Casa Blanca, y por esta actitud entre inconsciente y honesta sufrió todo tipo de represalias. En el reparto de Gaslit también están Sean Penn, Joel Edgerton y Armie Hammer. La cosa promete. Pero es que además Esmail está concentrado en una adaptación a miniserie de la Metrópolis de Fritz Lang y en el reboot de Battlestar Galactica, dos proyectos arriesgados teniendo en cuenta el peso de sus famosísimos puntos de partida. Este tipo con aspecto de no haber roto nunca un plato no le tiene miedo al reinicio. Si no lo impide alguna química extraña, sus criaturas televisivas van a quedar fijadas en nuestra memoria durante mucho tiempo.

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