“Historias extraordinarias”: Sombra y silencio
SERIES PARA LA HISTORIA III

‘Historias extraordinarias’: Sombra y silencio

A principios de los años ochenta, la televisión francesa emite una colección de adaptaciones de cuentos de Poe. Varios cineastas de prestigio se encargan de la realización de estas Historias extraordinarias.

Edgar Allan Poe, el famoso escritor, poeta, crítico y periodista romántico​​ estadounidense.

El hombre de la multitud Historias extraordinarias 

La correspondencia de la imagen en movimiento y los verbos torturados de Edgar Allan Poe da comienzo muy pronto. En los primeros años del cinematógrafo aparecen en Estados Unidos, Francia o Alemania traducciones particulares de los cuentos “El pozo y el péndulo”, “El gato negro” o “El escarabajo de oro”. D.W. Griffith dirige en 1912 con La conciencia vengadora una suerte de precoz antología de cine, montada con varios originales, y, además, muestra al autor, con los rasgos de Barry O’Moore, tres años atrás, en un breve poema de pesadilla, donde lo vemos angustiado, de noche, por los fantasmas de la creación. Historias extraordinarias 

La colección de mediometrajes independientes, pone de manifiesto la comprensible y característica desigualdad general de un tipo de experiencia colectiva formulada en torno a una determinada cuestión o un autor en concreto

El vínculo es amplio y fructífero. De las palabras de Poe afloran varias piezas mayúsculas de la expresión cinematográfica, como el ciclo definido por Roger Corman en la década de los sesenta, o ese fascinante Toby Dammit, presentado por Fellini para el film colectivo de 1968 Historias extraordinarias, completado por cortes de Louis Malle y Roger Vadim. En los últimos años, el diálogo no se ha interrumpido. Mike Flanagan realiza para Netflix, por ejemplo, una comentada adaptación, en forma de ficción seriada, de La caída de la Casa Usher. No es esta, desde luego, la primera ocasión en que los cuentos mutan en episodios. En 1979 Daniele D’Anza realiza los cuatro del programa I racconti fantastici di Edgar Allan Poe, y, antes, en España Narciso Ibáñez Serrador se adentra con su padre, Ibáñez Menta, en los pasadizos tenebrosos con varios especiales de la pequeña pantalla. Historias extraordinarias 

La cadena gala FR3 emite en 1981 Historias extraordinarias, una selección de relatos conducida por un grupo singular y, lo suficientemente, heterodoxo de cineastas. Así, Claude Chabrol propone una versión de “El sistema del doctor Tarr y del profesor Fether”, Ruy Guerra de “La carta robada”, Juan Luis Buñuel de “El jugador de ajedrez de Maelzel”, Alexandre Astruc de “Usher”, y, por último, el actor Maurice Ronet, colocándose detrás de la cámara, traduce “Ligeia” y “El escarabajo de oro”. Historias extraordinarias 

Fotograma de ‘La conciencia vengadora’ (1914) de D.W. Griffith.

El coloquio de Monos y Una Historias extraordinarias 

El espacio, una colección de mediometrajes independientes, pone de manifiesto, naturalmente, la comprensible y característica desigualdad general de un tipo de experiencia colectiva formulada en torno a una determinada cuestión o un autor en concreto. Con todo, y por encima de las naturales discrepancias en varios asuntos, al experimento lo uniforma la voluntad común de los traductores de desestimar, al menos en cierta forma, una inflexión del horror, a fin de dedicarse a la definición y la exploración de una atmósfera enfermiza de melancolía. Este hallazgo cristaliza con verdadera efectividad en la afligida versión sugerida por Astruc, con Pierre Clémenti, Mathieu Carrière y Fanny Ardant.

En ‘Le système du docteur Goudron et du professeur Plume’Chabrol transforma el romanticismo decadente de Poe en una orgiástica composición, muy bien asociada a sus idiosincrásicos ejercicios de análisis de las clases pudientes

De los seis hechos, el manejado por Chabrol, según un libreto de su colaborador Paul Gégauff, es, quizá, el único resuelto a violentar el enunciado de acuerdo. En Le système du docteur Goudron et du professeur Plume transforma, alrededor de una mesa abarrotada y tomada por adinerados grotescos, el romanticismo decadente de Poe en una orgiástica composición, muy bien asociada a sus idiosincrásicos ejercicios de análisis de las clases pudientes. Relacionándose, en cierta medida, con los brochazos desbordantes de una precisa transcripción felliniana, graba un entendimiento de las composiciones del miedo en la imagen, conforme a una sorprendente visión de un circo del terror. Asimismo, el capítulo obsequia con una toma muy bella de comienzo. El protagonista y su compañero cabalgan por el bosque, a toda prisa. La cámara recoge la acción con un movimiento semejante a una danza vacilante. La imagen no galopa, flota.

Jacques Dacqmine es el Dr. Hawthorne en ‘La chute de la maison Usher’ (1981)

Las lecturas de Buñuel y Ronet, en especial las del intérprete, parecen conformarse con progresar según el arreglo a una segura compostura. Aun así, varias invenciones funcionan correctamente, es el caso de la histriónica actuación ofrecida por Vittorio Caprioli en Le scarabée d’or, o las apariciones del autómata jugador de ajedrez de Le joueur d’échecs de Maelzel.  

El cineasta brasileño Ruy Guerra gestiona, seguramente, el trabajo menos feliz del grupo. La lettre volée, murmurando acerca de los misterios de un detective Auguste Dupin personificado por Pierre Vaneck, refleja, enseguida, contratiempos de estructuración y tono. A decir verdad, se trata de la interpretación en donde, de manera más clara, pueden advertirse sofocaciones en el intento de relativa individualización del material original. A pesar de todo, lo reconozco, prefiero este fracaso en la tentativa de actuar sobre los mecanismos del idioma policiaco, acaso por su torpeza explícita, al arrimo sin riesgos de Ronet.

El aliento perdido Historias extraordinarias 

El festín desmesurado de Chabrol es la declaración más original por lo que se refiere a un hermanamiento a diversas predisposiciones del mal sueño filmado. No obstante, pienso, La chute de la maison Usher, de Astruc, es la creación sobresaliente de la reunión, debido a que es la más imprudente al momento de echarse en los brazos de esa aflicción inquietante sobre la que se traza la personalidad del itinerario televisivo. En tal sentido, estrecha unos profundos lazos con el recital introvertido y trastornado diseñado en 1928 por Jean Epstein.

Astruc descubre a Poe en la pena de sus personajes; enunciando de nuevo los signos del escrito, inicia una correspondencia increíble con el escritor.

En la práctica, son dos leídas del cuento, de verás, de confrontación. La primera se hunde, a perpetuidad, en los océanos de la alucinación extravagante, y la otra, arreglada más de cincuenta años después, niega el ímpetu del delirio de miedo, para penetrar en un laberinto de memorias y pérdidas. Las dos, ciertamente, se encuentran en la falta de restricciones personales frente al texto ajeno y en el compromiso de llegar hasta el fin sin mirar atrás. El Usher silente y el de televisión son las dos caras de una misma moneda, después de todo.

Relacionado a un maravilloso terceto de hijos de Saturno, Astruc se esfuerza en la composición de una canción situada entre tiempos y recuerdos, en un momento de desapariciones y resignificación de dibujos de infancia y juventud. Por el contrario, encuentra alientos en la individualización brillante de algunos conceptos manejados por François Truffaut en sus largometrajes más ásperos, como La habitación verde (1978). Lo mismo que el periodista especializado en necrológicas de aquel, el personaje de Clémenti, Allan, se mueve por dos dimensiones, hasta ser devorado, al final, por la fúnebre.

Es muy bella, además de desconsoladora, su intervención última en el capítulo. Tras una revelación imposible, huye, en un plano general, precisamente, hacia la tierra de los muertos. El extraño aire helado adherido a las distintas imágenes avisa, de forma inmediata, de la voluntad de navegar, siempre, por el otro lado. Astruc descubre a Poe en la pena de sus personajes. Enunciando de nuevo los signos del escrito, inicia una correspondencia increíble con el escritor, no muy distinta a la enseñada por Truffaut, con el escritor Henri-Pierre Roché, en Las dos inglesas y el amor (1971), con la que esta secreta La chute de la maison Usher se conecta a través de la música compuesta por Georges Delerue. La melodía de la ausencia impregna una relación epistolar dual de excepcional delicadeza.

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