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Cuando Disclaimer se estrenó en el Festival de Venecia, su máximo responsable, Alfonso Cuarón, impidió que los periodistas especializados que cubrían el certamen escribieran ni una sola línea sobre su miniserie hasta que la hubiesen visto entera.
El embargo, bastante poco juicioso atendiendo a los ritmos y las obligaciones que demanda un festival de ese calibre, vino acompañado de una rueda de prensa en la que el director mexicano repitió ese mantra de algunos auteurs que reza que sus creaciones para las plataformas de streaming son cine y no series de televisión, por más que se dividan en episodios, se vean, al menos en este caso, semanalmente en Apple TV +, y respondan a determinadas estructuras de guion propias de la narración seriada.
La postura de Cuarón revela de manera sintomática su manera de enfrentar un proyecto cuyos resultados no pueden ser más desalentadores
No entraremos aquí en el ímprobo debate entre cine y series, una discusión insatisfactoria siempre que se plantee desde posiciones antagónicas que lo único que buscan es la imposición de un dogma en lugar de optar por acercamientos menos nítidos que traten de estudiar la feliz contaminación entre formatos sin necesidad de enarbolar la bandera de la superioridad cultural o de señalar el dominio del mundo del entretenimiento del uno sobre el otro.
En cualquier caso, la postura de Cuarón revela de manera sintomática su manera de enfrentar un proyecto cuyos resultados no pueden ser más desalentadores. Viéndola, la corriente de la memoria se desvía hacia Perdida (David Fincher, 2014). No importa que las comparaciones sean odiosas si somos capaces de encontrar puntos en común entre ambas que sirvan para armar un análisis provechoso del objeto al que nos enfrentamos y, a la postre, sustentar nuestro juicio de valor.
Veamos. Las dos son adaptaciones de best-sellers. Las dos combinan dos puntos de vista y juguetean con las expectativas del público. Las dos alternan dos tiempos narrativos, presente y pasado. Las dos nos hablan de la disolución de un matrimonio / familia. Y las dos arrancan con un hecho impactante que siembra de caos un ecosistema hasta ese momento casi idílico.
En Perdida la desaparición de Amy Dunne (Rosamund Pike); en Disclaimer la publicación de un libro en el que se revelan los secretos más oscuros de Catherine Ravenscroft (Cate Blanchett), una prestigiosa documentalista que, de repente, ve cómo su vida puede desmoronarse si alguien aplica la propiedad asociativa entre lo que se narra en el libro y su nombre. Para no dejarles solo con una parte del argumento, y sin ánimo de destripar una historia que vive de los giros de guion, digamos que al otro extremo de esa comprometedora novela se sitúa el retirado profesor de instituto Stephen Brigstocke (Kevin Kline), quien acaba de perder a su mujer y que, tiempo atrás, perdió también a su hijo.
‘Disclaimer’ es una serie repetitiva, que bien podría habernos ahorrado un par de episodios […] sin olvidar las capas de redundancia con que las voices over barnizan una historia sobrexplicada
Vayamos ahora a las diferencias de orden superficial. Fincher y la propia Gillian Flynn condensan las 567 páginas de su novela en un largometraje de 150 minutos. Por su parte, Cuarón necesita casi 7 horas de metraje para plasmar el argumento que Renee Knight desarrolla en 352 páginas.
Ese exceso de minutaje no es más que la constatación de una impericia narrativa. Disclaimer es una serie repetitiva, que bien podría habernos ahorrado un par de episodios y unas cuantas discusiones entre los Ravenscroft, sin olvidar las capas de redundancia con que las voices over barnizan una historia sobrexplicada.
La película de Fincher funcionaba por sustracción. Las elipsis servían para la construcción de una rítmica endiablada y la voz de Amy revelaba su retorcida psicología, escondida baja la apariencia de una mujer ideal. Por el contrario, la voz de Nick Dunne (Ben Affleck), la mediocridad cincelada en un perfil hercúleo, solo aparecía al inicio y al final de la historia, en una secuencia que se repetía, pues era alguien a merced de quien había forjado la historia, de aquella que lleva la voz cantante.
En la serie de Cuarón, la voice over se emplea, también, como elemento de confusión para mantener en vilo al espectador. Por un lado, tenemos la de Catherine Ravenscroft, quien reflexiona constantemente sobre aquello que le sucede, intenta explicarse el vuelco que acaba de dar su vida y trata de cubrir con inocuos parches el abismo que se ha abierto bajo sus pies. La segunda voz es la de la narradora, alguien que conoce toda la historia y que, en algunos momentos, corre el riesgo de ser identificada como la de Nancy Brigstocke (Manville), autora del libro acusador.
Los mayores problemas de esta serie inacabable los encontramos en una concepción de la figura del autor cinematográfico como genio exhibicionista que ha de demostrar su enorme talento en cada encuadre
La narradora dosifica la información a su antojo y, al contrario que en Perdida, en la que todas las cartas se ponían sobre la mesa alcanzado su ecuador, aquí habrá que esperar hasta el último episodio para saber que todo el flashback veneciano que resume el encuentro entre la joven Catherine (Leila George) y Jonathan (Louis Partidrge), el hijo de los Brigstocke, no respondía a la versión publicada de los hechos.
Con todo, los mayores problemas de esta serie inacabable los encontramos en una concepción de la figura del autor cinematográfico como genio exhibicionista que ha de demostrar su enorme talento en cada encuadre, sin importar si aborda una odisea espacial o un melodrama de sobremesa. Hay, en ese sentido, una diferencia abismal entre la puesta en escena clínica de Fincher y los modos de maestro repostero de la corte de Luis XIV del director de Roma (2018). Por cierto, tampoco estaría de más traer a colación el trabajo de un maestro como Todd Haynes en Secretos de un escándalo (2023), en la que demuestra que con un argumento propio de una TV movie se puede invocar el espíritu de Bergman sin caer en la ampulosidad.
Expliquémonos. Perdida propone una reflexión sobre la construcción de la imagen pública, aquella que todos nos fabricamos para lucir en sociedad. Fincher nos hablaba de cómo el matrimonio protagonista utilizaba esas máscaras como instrumento para ejecutar una venganza o buscar la redención. El director de Seven (1995) trabajó ese material con imágenes tan elocuentes como la que ilustra este párrafo y través de una puesta en forma clásica, invisible, exponía como la ascendencia de los reality shows, la publicidad o los social media se tornaban fundamentales en la confección y difusión de ese imaginario de fantasía que todos aspiramos a vender en nuestra feria de vanidades diaria.
La necesidad de hacerse notar se traslada, también, a la dirección de fotografía que comparten dos tótems como Emmanuel Lubezki y el francés Bruno Delbonnel
No es que en Disclaimer Cuarón aborde cuestiones muy distintas, pues se habla de la destrucción de la imagen pública, de la verdad como un elaborado subjetivo o de la importancia de la perspectiva desde la que se aborda un relato. La diferencia está en que allí donde el director de El club de la lucha (1999) se mostraba contenido, el cineasta mexicano opta por engolar la voz, algo que se observa ya en una dirección de actores quien sabe si sometida al poder ejecutivo de una Cate Blanchett que ejerce como productora y que se muestra, al igual que el recuperado Kevin Kline, encantada de haberse conocido. De hecho, salvan un poco la función Sacha Baron Cohen, quizá porque lo vemos en un registro dramático poco habitual en él, y una deslumbrante Leila George.
Esa necesidad de hacerse notar se traslada, también, a la dirección de fotografía que comparten dos tótems como Emmanuel Lubezki, habitual de Cuarón o Malick y triplemente oscarizado, y el francés Bruno Delbonnel, seis veces nominado para los premios de la academia norteamericana. Si bien es cierto que el trabajo compositivo en interiores, relacionado con la atomización de la familia Ravenscroft, goza de instantes inspirados, la arquitectura de la casa utilizada como elemento de separación entre la madre y los otros dos miembros de la familia, termina quedando como una breve nota al pie dentro del gran libro de las malas decisiones.
Todo el flashback, filmado como un soft porn setentero en el que cada elemento está destinado a subrayar un pasaje con aires de ensoñación que devendrá pesadilla, resulta sonrojante, sobre todo porque el pretendido malabarismo es tan obvio que pierde toda capacidad de sorpresa para convertirse en una postal pastelona. Para ser una serie que se mueve merced a los golpes de timón que se imprimen desde guion, la travesía que termina proponiendo resulta sumamente anodina. Y es que, a poco que uno se pare a pensar, y viendo desfilar supuestas infidelidades, muertes prematuras, fotografías picantes y grandes revelaciones, Disclaimer no deja de ser un culebrón. Un culebrón con ínfulas de tragedia griega, eso sí.