Crónica: el chófer de David Simon
3r Festival Internacional de Series de Barcelona

Crónica: el chófer de David Simon

El conductor de David Simon durante el Serielizados Fest 2016 narra las conversaciones más íntimas que mantuvo con el creador de 'The Wire'.

— «Lo siento, voy a ser antipático. Tengo que trabajar. Voy a revisar un guión que tengo que cambiar. Necesito enviarlo antes de que se levanten en la Costa Este.»

Con esta frase sube al coche a las 9:35 de la mañana David Simon, al asiento delantero, a mi lado. Siempre prefiere ponerse delante. No le gusta dejar al conductor solo. Cuando va con su mujer tengo que insistirle para que se siente detrás, con ella.

Lo primero que hace es ponerse el cinturón e inmediatamente abre su ordenador. Tiene que aprovechar cada minuto en el coche. No puedo mirar. Soy mejor chófer que periodista. En los semáforos se me desvía la vista. En la pantalla hay dos guiones, uno al lado del otro. Intento no mirar.

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©Xavier Torres-Bacchetta

«El silencio es profundo. Para el chófer es mucho más cómodo que sea así. Cada uno hace su trabajo. Simon suspira y posa los dedos sobre las teclas. No teclea. No le oigo cambiar nada»

Aunque no miro, lo veo de reojo. Tiene la mirada hundida en la pantalla. Respira hondo. El silencio es profundo. Para el chófer es mucho más cómodo que sea así. Cada uno hace su trabajo. David Simon suspira y posa los dedos sobre las teclas. No teclea. No le oigo cambiar nada.

Me esfuerzo por conducir como si lo llevara en una alfombra voladora. Que no note las arrancadas, ni las frenadas ni el tráfico que nos rodea. El silencio dentro del coche se hace intenso, especialmente en los semáforos, cuando el sistema Stop and Start del Mazda CX-5 en el que vamos detiene el motor para no consumir mientras el coche está parado. En unas de esas detenciones me froto inadvertidamente una rodilla y el ruido que produce la punta de mis dedos sobre los pantalones me sobresalta. Dejo de rascarme. Silencio profundo.

Los carriles de la Diagonal de Barcelona son muy estrechos y el espejo derecho de nuestro Mazda está a pocos centímetros de un autobús que avanza lentamente por el carril BUS mientras nosotros estamos detenidos. David Simon ni se entera de la proximidad del vehículo a su codo derecho. Está centrado en su ordenador, al que yo no miro.

Resopla.

Está absorto y concentrado. Como quiero que esté. El presupuesto para el programa piloto de su próxima serie es de 12 millones de dólares. Como chófer, ahora me siento responsable de ese presupuesto y de cada frase que vaya en ese piloto.

“Mi mejor lección siempre es la misma. Cuanto menos escribas, mejor. En los diálogos hay pocas palabras”

Como no escribe, aunque no levante la mirada, recuerdo su primera conferencia del 7 de abril. “Mi mejor lección siempre es la misma. Cuanto menos escribas, mejor. En los diálogos hay pocas palabras”. Tan pocas palabras que no escribió ninguna. Puso el título de la escena, en Baltimore, y el rotulador le ayudó. No escribía. La pizarra se quedó en blanco, lista para que cualquiera la llenara con su diálogo. En esa conferencia también nos dijo que el mayor error de los productores de series es “su empeño, a partir de la segunda temporada, de hacer lo que cree que quiere la audiencia”.

El navegador del coche me indica el camino y la hora de llegada. El atasco se hace más denso y la hora se va atrasando. Para colmo, como es en Barcelona, nunca he estado en los estudios de RAC1 y no sé exactamente dónde podré parar el coche y dónde está la entrada de los estudios de la radio.

Cuando uno hace de chófer tiene que llevar el coche impecablemente limpio, tiene que ser atento con su “llevado”, pero no pesado, tiene que preocuparse por tener un sistema Wi-Fi en el coche si es extranjero, tiene que conducir con mucha suavidad y, sobre todo, tiene que haber ido a los lugares el día anterior para saber exactamente dónde es el lugar al que se acude y dónde se puede parar el coche.

No lo hice, pero por fortuna el navegador me indica el lugar con precisión y también por fortuna hay una zona de carga y descarga donde puedo detener el coche momentáneamente. Los dioses nos acompañan. David Simon no ha levantado los ojos desde que salimos. Cuando nota que doy marcha atrás para aparcar me mira de reojo y le digo que siga trabajando, que no se preocupe. Ser periodista me da alguna ventaja. Sé que en las radios, para los programas en directo, siempre citan a los invitados con mucha antelación, para no quedarse sin invitado cuando llega la hora. Le digo que voy a preguntar hasta qué hora podemos apurar, que lo dejo solo en el coche y que voy a enterarme.

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©Xavier Torres-Bacchetta

«Asegura que con sus series no quiere cambiar el mundo, pero nadie escribe ‘The Wire’ sin pretensión de que algo cambie»

En la radio me dan 15 minutos más. Bajo al coche y se lo digo. Me mira con agradecimiento infinito. Llueve y busco un lugar para resguardarme. Lo veo desde lejos, solo en el coche, trabajando.

El día anterior, cuando lo recogí en el aeropuerto, lo primero que hizo muy poco después de subir al coche fue mirar los resultados de las primarias en Wisconsin.

— ¿Sigue las elecciones en Estados Unidos?
— Sí, las sigo.
— Me avergüenzo de lo que ocurre en mi país. Pido disculpas.
— En Europa no tenemos mucho de lo que presumir.
— Pero ustedes no tienen a Trump.

Un día después le oigo pedir disculpas por este mismo motivo en varias ocasiones. Y lo hará todavía varias más. La política le corroe. Asegura que con sus series no quiere cambiar el mundo, pero es imposible creerle. Nadie escribe The Wire sin la pretensión de que algo cambie. Lo veo allí, a lo lejos, detrás de la ventana mojada del coche, con la cabeza metida en el ordenador y sé que no le creo.

Cuando llega la hora, las 10:15, me acerco al coche y le digo que tenemos que subir. No sé cuántas veces habrá resoplado a solas. Su gran cabeza, que me recuerda más a Marlon Brando en Apocalypsis Now que a «Moby Dick», resopla como una gran ballena. En cuanto le aviso, cierra inmediatamente su ordenador, sin un segundo de demora, como si pudiera dejar de concentrarse con un interruptor, como si la idea en la que estaba concentrado no requiriera de un tiempo de almacenamiento, de un segundo de duda de cómo apuntarla. Es extremadamente amable y cooperador en todo momento. Muestra mucha cercanía y ni una sola queja.

“No me preocupa que el gobierno de mi país tenga información sobre mí, mi gobierno es mi aliado”

Es tanta su cercanía que impone. Porque la combina con una claridad de ideas y rotundidad en la exposición de conceptos que sorprende que sean compatibles. En las muchas conferencias que ha dado en dos días, David Simon nunca dice lo que aparentemente la audiencia quiere oír. Expone su idea y su argumentario, sin la voluntad de contentar a nadie con halagos. Dice en Barcelona, ante una audiencia muda, que desea y defiende que su gobierno tenga el mejor espionaje del mundo, que todos los gobiernos tengan el mejor servicio de inteligencia. Que está seguro de que su gobierno tiene que estar de su lado y que el espionaje y la inteligencia son imprescindibles para vivir con mayor seguridad. “No me preocupa que el gobierno de mi país tenga toda la información sobre mí, mi gobierno es mi aliado”.

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©Xavier Torres-Bacchetta

Tras la entrevista de la radio, su casa editorial en España le tiene preparada una jornada completa de entrevistas con diferentes medios. Desde las 11:00 hasta las 18:00 horas, salvo una hora para la comida. Cuando lo recojo a las seis de la tarde, aparece con cara de agotamiento, junto a una persona que lo acompaña hasta la calle con las últimas cuestiones. Le abro la puerta del coche y le invito a sentarse:

— Tiene que estar muerto —le digo.
— Lo estoy.
— ¿Ha podido aprovechar para enviar el guión?
— Sí, en la hora de la comida. Como esta noche vamos a cenar mucho, he comido poco y me han dejado un sitio para trabajar. Ya está enviado.

Me habla mientras lo veo con el rabillo del ojo pelearse con el teléfono. De pronto oigo que le pide con voz desesperada:

— ¿Puedes ayudarme a desbloquear mi teléfono?
— No puedo ayudarte a desbloquear tu teléfono —responde Siri, el asistente inteligente por voz del iPhone.
— No sé qué he hecho para bloquear mi teléfono y ahora no puedo desbloquearlo.
— Pruebe a mantener los dos botones durante varios segundos, entre 5 y 10, para resetearlo.
— ¿Así? ¿A ver? Sí…

El teléfono le pide el PIN, que se lo sabe, lo introduce y ya tiene teléfono de nuevo. Ha sido sencillo y su cara ha cambiado. Ha sido un día duro, lejos de su teléfono, con continuas entrevistas, y en el trayecto hacia el hotel puede consultar lo que necesite, antes de una siesta tardía, para enfrentarse a otro desplazamiento largo; esta noche toca cena en Can Roca (Girona), invitado por la organización del Serielizados Fest.

Después del reposo subimos cuatro al coche. Laura Lippman, novelista y pareja de David Simon, David Simon, Toni García, periodista y amigo de la pareja y el chófer, amigo de Toni García. El descanso les ha sentado bien y suben al coche muy contentos. Les apetece mucho la cena y se les nota. Les gusta comer bien.

«Nos hemos inventado un concurso que consiste en ver quién ha visitado más países. La condición que hemos puesto para que cuente es mear en el país»

De pronto David Simon me pregunta si Andorra está cerca del camino o si tendríamos que desviarnos mucho. “Es que tengo ganas de mear”. Mientras lo dice, Laura estalla en una carcajada. Toni y yo, que ocupamos los asientos delanteros, nos miramos sin mirarnos con cara de circunstancias. Laura lo explica inmediatamente: “Nos gustan los concursos y ganarlos. Nos hemos inventado un concurso que consiste en ver quién ha visitado más países, pero no vale cualquier visita. Una escala de avión, sin salir del aeropuerto, no cuenta como país visitado. La condición que hemos puesto para que cuente es mear en el país”.

A continuación se lanzan a contar anécdotas como la de cruzar un río en África solo para ir a mear al otro lado. Pero claro, no hace falta llegar hasta la otra orilla. ¿Quién llega antes? Los hombres para este tipo de circunstancias tienen más facilidades.

— Ahora no podemos ir a Andorra porque tenemos cita en el restaurante a las 21:30, pero a la vuelta, mientras duermen, les llevo hasta Andorra si quieren y cuando crucemos la frontera busco un hotel y les despierto.

El “no”, no es inmediato. Es un disparate, pero les gusta ganar y acumular países.

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©Xavier Torres-Bacchetta

«‘Yo no soy una vedette’ le dijo en una ocasión a Xavier Torres-Bacchetta, fotógrafo, ‘me puedes hacer fotos siempre que quieras'»

Del restaurante salen felices. David Simon se ha empeñado en pagar la cena pero no le han dejado, porque los organizadores del festival ya lo habían invitado. Durante todo el camino de regreso hacen parodia sobre qué tendrían que haber hecho para conseguir pagar la cena. El vino les ha sentado bien. Los tres, también Toni García, cada cual más disparatado, empiezan a imaginar situaciones de distintos personajes históricos diciéndole al camarero cosas del estilo: “Usted no sabe con quién está hablando. Ahora mismo con una llamada hago que invadan su país. Así que no diga más tonterías y cóbreme la cena”. Nos reímos mucho durante el regreso. Yo también. La autopista está vacía y disfrutamos de la suavidad del viaje. Andorra se nos ha olvidado.

Ha pasado un día, la actividad de David Simon decrece. Toni García organiza una jornada de compras y posterior comida en el mercado de la Boquería, donde grabarán un programa de televisión. David Simon se empeña en cargar todo el rato con las bolsas de la comida, aunque son pesadas, incluso cuando las cámaras ya no graban. “Yo no soy una vedette” le dice en una ocasión a Xavier Torres-Bacchetta, fotógrafo, “me puedes hacer fotos siempre que quieras”.

Como el sábado es un día más relajado, antes de la última noche en Barcelona, antes del penúltimo trayecto, cuando esperamos al lado del coche a que aparezca su amigo Toni García, que se retrasa unos minutos, se lo digo:

— ¿Sabe una cosa? De todo lo que hace y dice, lo único que no me resulta creíble es cuando dice que no pretende cambiar el mundo. Uno no le pone las cosas difíciles a su audiencia sin motivo, uno no escribeThe Wire sin una pretensión, uno no dice que lo escribe porque está en contra de la guerra contra las drogas y a la vez afirma que no pretende cambiar el mundo.

«Yo escribo las series pensando únicamente en la serie misma. No quiero que tengan una orientación o un objetivo»

— Es verdad, tienes razón, hay algo de contradictorio en eso. Pero a la vez es totalmente cierto. Yo escribo las series pensando únicamente en la serie misma. No quiero que tengan una orientación o un objetivo. ¿Tú conoces el béisbol? Bueno, no conocerás las reglas pero sabes qué es el béisbol. Los lanzadores, esos hombres cuyos brazos valen millones de dólares, esos hombres que lanzan la bola a más de 140 km/h y que tienen que enviarla por una zona de este tamaño (remarca la ventana trasera del coche) para ponérselo difícil al contrario, esos hombres de fuerza y habilidad prodigiosa, están enseñados para que no intenten dirigir la bola. Si intentan dirigirla, el resultado es mucho peor estadísticamente que si sólo lanzan con fuerza. Con las series ocurre exactamente lo mismo. Si quieres dirigirla, si pretendes orientarla hacia algún objetivo, la serie será mucho peor. Yo sólo pienso en la serie misma. El objetivo de la serie es la misma serie. Por supuesto que yo quiero que cambien cosas en este mundo, pero no puedes pensar en ello mientras trabajas en la ficción. Hay que lanzar la bola, hay que lanzarla con fuerza, lanzarla muchas veces, sin más pretensión que lanzarla con toda la potencia posible”.

David Simon no ve la tele. “No veo series, hasta que no me las recomienda alguna de las pocas personas en las que confío, cuando ya han acabado. Demasiadas series son ridículas. Sería un sueño si pudiéramos deshacernos de la exigencia de las audiencias”. Sólo recomienda una serie sin dudar: Slings & Arrows.

Se niega a complacer a la audiencia y a la vez es extremadamente amable. Combina, aparentemente de forma natural y sin esfuerzo, rigor e intransigencia con una calidez infinita hacia todo aquel que se le acerca, hacia todo lo que le pide y reclama.

Cuando nos despedimos en el aeropuerto me desarma definitivamente. Abre sus grandes brazos y me abraza casi como a un niño: “Ven a vernos. No te olvides de nosotros”.

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