Crítica 'Chainsaw Man' (T1): Sueños de la clase baja
Crítica de la primera temporada (Crunchyroll)

‘Chainsaw Man’: Sueños de la clase baja

Analizamos por qué la serie de Ryu Nakayama con MAPPA revive la carga política detrás de la antiépica yakuza y qué podemos sacar de su acercamiento pornográfico a la estética animada.

Cuando decidió parir una nueva serie de aventuras, Tatsuki Fujimoto, autor del manga tras el último anime estrella de Crunchyroll, decidió acudir a las formas ultraviolentas del seinen para no quedar olvidado entre los gigantes que aún hoy monopolizan las páginas de la Shonen Jump. Con más litros de sangre y menos moralismo resabido bajo el brazo, su serie destaca en principio como otra heredera explosiva y manierista de la fantasía adolescente. Una suerte de Quentin Tarantino de los cuentos de demonios del anime actual.

El chico-motosierra, un héroe vacío.

Como Tarantino, Chainsaw Man tiene el genio de comentar sobre los enredos y contradicciones del género que la sustenta (el shonen, claro), cultivándolas para que, con la libertad que da dirigirse a un público +18, acaben funcionando como un suelo que se descubre poco fiable, pudiéndose desmoronar en cualquier momento. A una historia de monstruos y sus estridencias, Fujimoto incorpora atisbos al vacío que yace debajo y que, con golpes de vértigo, de vez en cuando aparece para trastocarlo todo.

El chico-motosierra prolonga la épica triste de la explotación laboral, héroes de honor aireado que sacrificaban su vida por cuatro perras

Chainsaw Man acaricia las formas del thriller de yakuza conspiranoico, aquel que da volantazos sanguinarios con el brío amoral de un chasquido de dedos. Quedarán solo restos del shonen en sus protagonistas. Denji, revulsivo chad despojado de la bondad cansina de un Naruto medio, se presenta de entrada como héroe vacío. Una pizarra en blanco que se llena siguiendo el noble camino de las necesidades vitales. Al ser reclutado por el cuerpo de Seguridad Pública, el chico pierde su libertad (una que no valía nada), pero gana un plato en la mesa, una ducha, un techo bajo el que dormir a diario. Saciado, l’enfant sauvage descubre entonces que para habitar en ciudadanía necesita razones, sueños, metas que cumplir.

En su caso, bueno es improvisar el sueño de tocar unos pechos, con tal de poder mantener el placer glorioso de los desayunos y la ropa limpia. Si atendemos a la historia del cowboy japonés, el chico-motosierra prolonga la épica triste de la explotación laboral, héroes de honor aireado que sacrificaban su vida por cuatro perras… De los ronin a la yakuza, y de paso a los salarymen, quienes se erigieron como nueva clase baja, una que se mata a trabajar.

Denji, Power y Aki. ‘Amigos’, compañeros y matademonios.

Guardar un fuerte en este descampado amoral –y creérselo– supone un acto de enajenación, de jugar en aras de la fantasía: Sasukes del mundo, gente como Aki, viven explicando su lucha como venganza que ya ni paladean. ¿Qué vida es la suya? Por suerte, Chainsaw Man regala la posibilidad de redención a su coprotagonista, quien en silencio fuma el cigarro que su compañera de equipo le regaló, con un “Easy Revenge!” anotado. ¿Es “Easy revenge” una mofa divertida ante sus ansias de gloria, una llamada a tomarse esto de la venganza con calma? Quizás un recordatorio de que, como un par de caladas para un fumador compulsivo, hay placeres tan sencillos e inmediatos que sobrepasan cualquier discurso altisonante sobre el sacrificio y la venganza que está por venir.

Los ojos hipnóticos de Makima agrietan una tradición que ha cambiado a las chicas vulnerables por mujeres empoderadas

Ellos nos devuelven, por un momento, el respiro que nos faltaba (de paso, permitiendo al estudio MAPPA lucir su precioso trabajo con la animación minimalista). Los ojos hipnóticos de Makima –quien, intuimos, se trata de una pariente de la serpiente Kaa, de El libro de la selva– agrietan una tradición que ha cambiado a las chicas vulnerables por mujeres empoderadas, sin por ello crear caracteres necesariamente interesantes. Para comprenderla, tendremos como referente solo la ambigüedad de las yandere, el tropo de la chica protectora pero asesina (la Yuno Gasai de Mirai Nikki). Y claro, la dulzura viperina está ahí, pero el abismo moral del personaje descarta toda posibilidad de fantasía romántica y nos retrata.

Queda lo erótico, aunque también le reservaremos un lugar especial, uno que comprende los roces dentro de un contexto afectivo y que nos exige crear buenas relaciones antes de meter a parejas en la cama. La decepción tras tocar los pechos de Power “antes de tiempo” (en un baño, con relleno) se anticipa y explica durante todo el primer tramo de la serie, ya desde el corte de montaje expresivo que en el tercer episodio une los pechos mojados en sangre de la mujer-demonio y la luz fría de una máquina de refrescos. El zumbido de las latas, abandonadas en un aparcamiento de bicicletas cualquiera, sobrevuela a continuación una secuencia de tres planos prácticamente estáticos, de tiempo pesado.

Makima, la mujer protectora asesina.

Las imágenes del anime se olvidan por un momento de respirar, aunque minutos después vuelvan a la carrera. Ryu Nakayama, director, y Masato Yoshitake, montador, nos recuerdan una vez más que el cine (y las series) de atracciones funciona porque domestica una temporalidad al borde del cambio. Así, los openings de la serie llegan siempre brincando. Y los endings (a diferencia de otros animes, personalizados según el capítulo al que acompañan) nos dejan sentir, con los gajes surrealistas desfermados del musical, todos los giros dramáticos de la acción que despiden. No son pocos. Sin embargo, quizás por haber aprendido de la ironía posmoderna, que nos recordaba que nadie queda libre de morir por balas perdidas, o quizás porque la tranquilidad ante la muerte viene regando siglos de narrativa japonesa y ha acabado por contagiarnos un poco, acabamos la primera temporada con cierta calma.

El coloring y el uso de la rotoscopia del anime de Nakayama resultan deliciosos

En la paz se encuentra la tercera gran pata de la apuesta de MAPPA, y en ello hay algo muy contemporáneo, algo que el anime lleva explorando tímidamente desde hace un tiempo. Decíamos que Chainsaw Man, vendida como un hit fundamentalmente gore y espitado, a ratos cambia las marchas hasta detenerse en la contemplación de la nada. En el cuarto capítulo, observamos la rutina de Aki una mañana de festivo (levantarse, prepararse el café, limpiar la casa, cocinar…). MAPPA anima este proceso insustancial con la misma meticulosidad que vuelca en las escenas de acción. Se detiene en todos los gestos y detalles de una secuencia estéticamente muy placentera. Lo augurábamos en Sopa de Miso: el coloring y el uso de la rotoscopia del anime de Nakayama resultan deliciosos, ejemplos aventajados de una animación de corte pornográfico, que se recrea ahora en el disfrute audiovisual sobre la realidad más cercana.

Chainsaw Man (T1) está disponible en Crunchyroll

No tardarán en aparecer versiones de la secuencia de Aki con lofi de fondo, pero ¿qué más da? MAPPA ha entendido cómo adaptar un manga sagaz y políticamente cargado, y gracias a una secuencialidad apta para Shorts y TikTok, ha asegurado su pervivencia más allá del estanco formato de la teleficción animada japonesa. Todo son puertas.

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