Crítica 'Connect': Un caramelo para los fans de Takashi Miike
Crítica de la serie (Disney+)

‘Connect’: Un caramelo para los fans de Takashi Miike

En una época en la que parece que ya lo hemos visto todo, Takashi Miike nos demuestra que todavía quedan combinaciones nuevas por explotar y relecturas de género que encuentran en la bastardía una feliz formulación.

Se antoja juicioso temer que Connect (Takashi Miike, 2022) solo sea apta para los amantes del webtoon original y para los fieles seguidores del prolífico Takashi Miike. Aquellos que busquen una narrativa sólida, propia de los policíacos mejor construidos, abandonarán toda esperanza a las primeras de cambio. Y eso que al relato híbrido que urde Shin Dae-sung, ¡ que aquí adaptan Heo-dam y Masaru Nakamura, no le falta interés.

De un lado, un joven bendecido con un cuerpo indestructible que se recompone a voluntad (Ha Dong-Soo interpretado por Jung Hae-in). Del otro, un asesino en serie que convierte cada homicidio en una obra de arte (Oh Jin-seob encarnado Go Kyung-Pyo). ¿Cuál es la conexión entre ambos? A Oh Jin-seob se le trasplantó un ojo de Ha Dong-Soo -él no quería, claro- quien, desde ese momento, puede ver todo cuanto hace el criminal.

Los asiduos al terror ya lo habrán notado: estamos ante una evolución del motivo argumental que articulaba The Eye (Pang Brothers, 2002). Esa confrontación nos llega aderezada con las consiguientes persecuciones. Una correrá a cargo de la unidad de homicidios de la policía, que tratará de dar caza al serial killer. La otra estará conducida por el pequeño y ruidoso ejército de un clan mafioso local que se dedica, entre otras cosas, a traficar con órganos. 

No es de extrañar que un director que vive el cine como un acto de poliamor genérico se sintiese atraído por un material de partida en el que el procedimental se enreda con el fantástico (entiendan fantástico en su más amplia expresión, desde el terror hasta el cine de superhéroes). Miike, que ha cultivado desde el chambara (13 asesinos) al yakuza (Dead or Alive), pasando por el horror (Audition) o la obra inclasificable (JoJo’s Bizarre Adventure), combina aquí tonos y estéticas con desenfadada fruición. Si bien es cierto que los mimbres de la historia están entrelazados con cierta tosquedad, permiten al autor de Sukiyaki Western Django (2007) recrear atmósferas perturbadoras y filmar escenas de acción de una adictiva plasticidad.

‘Connect’ se toma tantas licencias como necesita para alcanzar el duelo final que nos promete desde el inicio

Abordemos, primero, las cuestiones de escritura. Los seis episodios que conforman la serie que puede verse en Disney+ juegan con el motivo del falso culpable, puesto que Ha Dong-soo se esfuerza por detener la ola de crímenes desatada por Oh Jin-seob. A fuerza de presentarse en los escenarios y de revelar a la policía datos que únicamente el homicida puede conocer, Dong-soo es confundido con el autor de los asesinatos. Para escapar de las fuerzas del orden y no dejarse atrapar por las garras del hampa, deseosa de ver qué posibilidades económicas le ofrece su cuerpo inmortal, el ingenuo protagonista contará con el apoyo de una improvisada ayudante, Choi Irang (Victoria Grace). He aquí una joven interesada en las habilidades de Dong-soo (en el tramo final de la temporada sabremos por qué) que siempre se las arregla para aparecer cuando más se la necesita. Esté justificado o no. 

Connect está disponible en Disney+

Para entender mejor los caprichos del guion, centrémonos en el segundo episodio. El clímax del capítulo se produce cuando Oh Jin-seob asesina, en la azotea del edificio de oficinas en el que trabaja, a una compañera con la que ha mantenido un affaire. Si se ve obligado a eliminarla es porque ella ha descubierto su secreto. Pero ¿cómo? Después de mantener una tórrida escaramuza sexual, la joven encuentra el libro en el que Jin-seob esboza sus siniestras esculturas.

Un asesino metódico, cuidadoso, capaz de diseñar preciosistas obras de arte y plantarlas en casi cualquier lugar de la ciudad sin que nadie le pille, ¡se deja abierta la puerta de su despacho y su álbum de bocetos en la mesa! Connect se toma tantas licencias como necesita para alcanzar el duelo final que nos promete desde el inicio: fuerza casualidades (Dong-soo llegando justo en el momento en que Jin-seob lanza un cuerpo desde lo alto del edificio), hace que la policía acepte explicaciones que le costarían de creer incluso a Iker Jiménez y se sobreexplica hasta la extenuación y sin necesidad para hacerse entender (los continuos flashbacks para mostrar la marginación experimentada por Dong-soo desde su infancia).

Miike le saca partido a cada una de las siniestras fallas, explota a conciencia los rincones oscuros de cada espacio y es capaz de diseñar imágenes para el recuerdo

Así que no queda otra que seguir la trama sin hacerse muchas preguntas. Apagando el sentido de la credulidad y dejándose arrastrar por los giros de guion. Y sobre todo, por el despliegue visual de un Miike bien acompañado por el departamento de efectos especiales. El director japonés es capaz de combinar atmósferas bien distintas sin despeinarse. En el piloto, pasa de la turbiedad ocre del quirófano del mad doctor que realiza trasplantes contra la voluntad de los donantes al ambiente ceniciento del pequeño suburbio en el que Jin-seob ha levantado su macabra escultura humana. En los dos presta prolija atención a cada detalle, un recurso que busca envolver en el plástico de la verosimilitud la materialidad de lo increíble

El director de Ichi the Killer (2001) le saca partido a cada una de las siniestras fallas, explota a conciencia los rincones oscuros de cada espacio -en especial el laboratorio artístico-criminal de Jin-seob que acoge el desenlace- y es capaz de diseñar imágenes para el recuerdo, como la del cuerpo de Dong-soo abriéndose como una flor de sangre en el cuarto episodio.

Además, y aunque se abuse del recurso, las posibilidades plásticas que ofrece el cuerpo del protagonista nos brindan secuencias que se debaten entre el impacto y la hilaridad. Como en todo el cine de Miike, hay risas a raudales; también sangre y violencia. Ese tratamiento del cuerpo de Dong-soo revela que Connect mira el cine de superhéroes a través de un espejo deformante – como en Zebraman (2004)- y entiende los poderes como estigma. No es casual, pues, que un personaje como el de Irang se alinee con las tesis del Magneto de X-Men y abogue por un gobierno de aquellos cuya superioridad genética ha sido demostrada.




Para terminar, permítannos una lectura metafórica de esta producción coreana para Hulu. En una serie en la que la mirada es clave (hasta el punto de que el protagonista puede adoptar simultáneamente dos puntos de vista), que muestra con prolijidad obsesiva un mundo multipantalla (monitores, cámaras de seguridad, móviles) y que sitúa una de sus set-pieces en un cine destartalado; en una serie en la que todo parece estar a la vista, fenómenos como Dong-soo y asesinos como Jin-seob escapan a ese ojo multiforme que todo lo ve.

En una época en la que parece que ya lo hemos visto todo, Connect viene a decirnos que, como sus personajes, todavía quedan combinaciones nuevas por explotar, perspectivas ignotas en las que nadie pensó y relecturas de género que encuentran en la bastardía una feliz formulación. Es una lástima que, para explorar tales terrenos, el rigor argumental haya sido sacrificado en aras de las (siempre bienvenidas) pulsiones estéticas de Miike. 

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