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El guionista Jorge Guerricaechevarría ya se había acercado a las interioridades del narco gallego en Quien a hierro mata (Paco Plaza, 2019), un thriller coescrito junto a Juan Galiñanes en el que las imágenes volaban muy por encima de un guion caprichoso, repleto de pasajes difícilmente olvidables como la visita de Toño (Ismael Martínez) a la cárcel en la que estaba encerrado su hermano Kike (Enric Auquer), toda vez que el primero había logrado escapar de la redada policial que acababa de desmantelar su red de distribución de cocaína. Clanes.
Si no parece muy juicioso que alguien que a duras penas se ha escurrido de las garras de la justicia se presente en una prisión (la policía ha ido a por él, saben que los hermanos son los directores de la operación, la conservera en la que irrumpen los agentes es de su propiedad, … pero nadie detiene a Toño cuando va a visitar a su hermano), menos aún que se enfrente a los responsables de la seguridad de la sala de visitas.
Ese tipo de desajustes vuelven a darse, todavía con mayor frecuencia, en Clanes, la serie que el escritor vasco ha creado para Netflix, tímidamente inspirada en hechos reales (al menos así ha sido promocionada). Ana (Clara Lago) ejerce de abogada en un prestigioso bufete madrileño. Súbitamente, asesinan a su padre en Fuerteventura, donde regenta un pequeño negocio turístico de viajes en barco. Tras descubrir la verdadera identidad de su progenitor –un testigo protegido que en los noventa declaró contra sus jefes y que tuvo que exiliarse a las Canari–, Ana se instala en Cambados para buscar venganza. Su objetivo es infiltrarse en el clan de los Padín y convertirse en la mano derecha de Daniel (Tamar Novas), ahora al frente de la empresa familiar de importación de narcóticos, pues su padre todavía cumple el último tramo de su condena.
Si ‘Fariña’ era una crónica, ‘Clanes’ es un thriller edulcorado con una buena dosis de drama familiar.
La relación de esta producción de Vaca Films (Celda 211, La unidad) para Netflix mantiene débiles conexiones con la realidad. Más allá de las concomitancias entre el origen de la historia con la Operación Nécora, Guerricaechevarría se limita a introducir el nombre de Padín para activar la memoria de los espectadores versados en la crónica negra gallega (por cierto, Antonio Padín se llamaba, también, el capo con una enfermedad degenerativa que aparecía en Quien a hierro mata).
Sin embargo, nada tienen que ver el Padín de la ficción con Manuel Fernández Padín, el arrepentido que, junto a Ricardo Portabales, fue decisivo en la instrucción del proceso liderado por el juez Baltasar Garzón que terminó condenando, entre otros, a Laureano Oubiña. El Padín de Clanes es, por el contrario, el capo que gobierna los destinos de la organización criminal aun estando en la cárcel (o en la garita de un parking de Algeciras donde cumple el tercer grado).
No faltará quien, por cuestiones temáticas y contextuales, insista en las comparaciones con Fariña (Ramón Campos, Gema R. Neira, Cristóbal Garrido, Diego Sotelo, 2018), serie de concepción diametralmente opuesta a la que nos ocupa. Mientras aquella buscaba una aproximación rigurosa a los hechos e intentaba explicar el funcionamiento del narco, una especie de aceite que facilita el movimiento de los engranajes sociales con las implicaciones que eso conlleva, en Clanes predomina lo emocional. Si Fariña era una crónica, Clanes es un thriller edulcorado con una buena dosis de drama familiar.
En primer lugar, por la existencia de un doble romance imposible que bebe tanto de ‘Romeo y Julieta’ –Ana se enamorará de Daniel, el tipo del que quiere vengarse y Marco (Nuno Gallego), su ahijado, de María (Marta Costa) nieta del arrepentido–, como de algunos de los tópicos más manidos de las soap opera (no es necesario mencionarlos, cuando aparezcan sus ojos se abrirán como si la luz de una lancha de la Guardia Civil les pillase en plena descarga). Es decir, de buscar algún referente patrio, mejor Vivir sin permiso (Aitor Gabilondo, 2018-2020).
A poco que uno se detenga a analizar el planteamiento de la serie, ya intuye que los problemas no pueden tardar en aparecer.
Guerricaechevarría necesita que todas las piezas del puzle encajen, y son muchas: la venganza de Ana, la gran operación que preparan los Padín, el enamoramiento adolescente entre Marco y María y el operativo minuciosamente diseñado por los GRECO (Grupos de Respuesta Especial para el Crimen Organizado), encabezados por el inspector Naranjo (Francesc Garrido) que no descansará hasta dar caza a Daniel y los suyos. Para que todo cuadre, los guiones abusan de las casualidades y del utilitarismo de algunos personajes secundarios, la mayoría de ellos planos como un mar en calma y usados a conveniencia en los momentos clave.
Vamos con algunos. Marco está en el taller de su tío Nilo (Xosé A. Touriñán) en el que momento en el que le llaman porque tienen problemas con un chivato al que tienen retenido (coincidencia necesaria para que la trama pueda avanzar). Muñiz (Xosé Esperante), un Guardia Civil corrupto al servicio del clan Padín, que, mira tú por dónde, se cruza con María justo en el instante en el que ella entra en la comisaría de Cambados a dar testimonio (también se la encuentra casualmente por la calle y decide seguirla para, acto seguido, obtener información clave a partir de sus movimientos).
Todo ello sin necesidad de entrar en el atropellado clímax de la serie, en el que nadie responde al móvil cuando debe, por no hablar del (una vez más) casual descubrimiento que hace Ana a propósito del ejecutor de su padre. Podríamos citar muchísimos más ejemplos –como descubre Daniel que Silva es el delator– pero ya los irán descubriendo por ustedes mismos.
A poco que uno se detenga a analizar el planteamiento de la serie, ya intuye que los problemas no pueden tardar en aparecer. Veamos. Los Padín se han pasado años buscando al arrepentido que les condenó. Cuando finalmente lo encuentran, lo lógico es que lo estudien a fondo, no hay necesidad de apresurarse. Por lo pronto, necesitan saber a qué se dedica, pues el asesinato se comete en el barco que Silva (Monti Castiñeiras) utiliza para sus visitas turísticas, previa contratación de la excursión.
‘Clanes’ lo fía todo a la química entre Clara Lago y Tamar Novas y al buen nivel de los secundarios
Cuando se encarga un trabajo de esas características, y más con el desquite emocional que supone eliminar al tipo que le causó la ruina a tu familia, lo natural es que se conozcan todos los detalles del objetivo para evitar errores y venganzas a posteriori (esa asignatura la dan en primero de mafioso). Así que resulta bastante difícil creer que los Padín desconozcan que Silva tenía una esposa y una hija y que no sepan de la existencia de Ana, más aún cuando Padín padre (Miguel de Lira) es un paranoico, como queda patente durante el desarrollo de la serie.
Tampoco resulta convincente que se pongan a investigar a fondo el pasado de Ana después de transcurridos varios meses (es decir, en el penúltimo episodio), más aún cuando la organización se está jugando el futuro y todos sospechan de ella. Que el abogado que interpreta Tomás del Estal solo necesite una visita al despacho en el que trabajaba la letrada para atar cabos demuestra lo endeble de la premisa.
Por lo demás, Clanes lo fía todo a la química entre Clara Lago y Tamar Novas, al buen nivel de los secundarios (especialmente Melania Cruz y María Pujalte), verdaderos puntales de una serie que se preocupa por ser moderna –escenarios múltiples (de Pontevedra a Dakar); soundtrack atestada de hits contemporáneos (Rosalía, C Tangana)– pero que es, sobre todo, inconsistente. Su final, que nos abstendremos de revelar, repite las mismas incoherencias que la referida visita a la cárcel de Quien a hierro mata. Avisados quedan.