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Sólo hacía un mes que la muerte de Jack Dawson nos había cambiado la vida en las salas de cine cuando llegó a la televisión española el capítulo que, sin lugar a dudas, debe ostentar el título del mejor episodio de Friends, “En el que nadie está listo”.
Parafraseando a la pelmazo de Rose Dewitt Bukater: “Han pasado 25 años. Y aún percibo los nervios y la histeria de Ross. Nunca se había hecho un capítulo de Friends solo con sus protagonistas en un mismo escenario, nadie había planteado antes un episodio de esta serie a tiempo real. Llamaban a Friends la sitcom definitiva y lo era, realmente lo era.” Y ahí está el tercer episodio de la segunda temporada para demostrarlo.
Es cierto que probablemente este capítulo no sea el primero que se recuerda al pensar en la serie. De hecho, puede que no contenga ni la mejor escena ni la mejor línea de diálogo ni el mejor momento de sus diez temporadas y que ninguna de las tramas de la temporada se viera afectada si este episodio no existiera. Y aun así es el que mejor exprime y condensa la esencia de Friends. Y eso que el punto de partida no pudo ser más anodino.
Ahorraron lo suficiente como para poder llegar a pagar un millón de dólares por capítulo a cada una de sus estrellas, y consiguieron un capítulo en el que todo funciona
Después de dos temporadas en las que todavía no se había convertido en el fenómeno mundial que llegaría a ser, los productores decidieron utilizar una herramienta que se había demostrado muy útil para ahorrar: plantear lo que se conoce como un «episodio botella», es decir, un capítulo que se rueda con los mínimos elementos posibles a nivel de reparto y localizaciones.
Y no hay duda de que la estrategia no les pudo salir mejor: no sólo ahorraron lo suficiente como para poder llegar a pagar un millón de dólares por capítulo a cada una de sus estrellas protagonistas sino que consiguieron un capítulo en el que todo, absolutamente todo funciona.
Para empezar, tenemos a seis personajes en uno de sus mejores momentos (Ross y Rachel al fin salían juntos, Chandler era capaz de ser gracioso incluso cuando no quería y a nadie se le había pasado por la cabeza -y ojalá hubiera seguido siendo así- que Joey pudiera enamorarse de Rachel Green) ubicados en el mejor apartamento de la historia de las sitcoms americanas, el de Monica y Rachel. Sobre todos ellos pesa un elemento que funciona a la perfección para marcar el ritmo del capítulo y convertirlo en lo más cercano a una versión teatral que nunca tuvimos de la serie: una cuenta atrás a tiempo real.
“En el que nadie está listo” destaca por encima del resto de episodios ya que sirve de perfecta definición de las claves de cada personaje
Y es que los 20 minutos de duración del capítulo son los 20 minutos que separan a los 6 protagonistas de la llegada de los taxis que van a llevarles a una gala benéfica importantísima para la carrera de Ross. Y, evidentemente, él es el único que está listo a la hora acordada así que depende de él que el resto lleguen a estarlo.
Poner a Ross haciendo de Ross es todo un acierto porque por fácil que fuera odiarlo siempre, en este capítulo resulta inevitable empatizar con él y con sus gestos cada vez que mira el reloj. Este es, de hecho, otro de los motivos por los que “En el que nadie está listo” destaca por encima del resto de episodios: sirve de perfecta definición de las claves de cada personaje.
Ahí está Rachel Green con sus dudas con el modelito que va a llevar y su “no voy a ir a la gala, me quedaré poniendo al día con mi correspondencia” como respuesta a la humillación de su novio; ahí está también Phoebe Buffay, capaz de encontrar la más improbable solución a cualquier problema que se le ponga por delante, y ahí están Joey y Chandler recordándonos que la vida es un salón de juegos que hay que tomarse muy en serio.
Y luego está, claro, la genialidad con la que Monica Geller es capaz de auto-boicotearse: convertir una disculpa excesivamente sincera en el mensaje que sonará cada vez que alguien llame a casa de tu ex es de ser una maestra del inmortal arte de pegarte un tiro en el pie.
Este episodio, el número cincuenta de la serie, nos regaló imágenes imborrables (Joey Tribbiani vestido con toda la ropa de Chandler Bing), frases célebres (la última que pronuncia Rachel, ese “yo también voy en plan comando”), reflexiones filosóficas (“El pato Donald nunca lleva pantalones pero cuando sale de la ducha se pone una toalla, ¿de qué va eso?”) y una definición del amor que a día de hoy sigue siendo imposible de rebatir: amar a alguien es estar dispuesto a beber un vaso de grasa para demostrárselo.
Y aunque puede que haya otros que se han convertido en más recordados (“El de la boda de Ross”, los de Acción de Gracias o los que tenían cameos de estrellas como Brad Pitt, Susan Sarandon o Bruce Willis) e incluso aunque exista al menos uno que pudiera llegar a disputarle el título (“El de la mañana después”) lo que convierte a “En el que nadie está listo” en el mejor capítulo de la serie es que nos recuerda que cuanto más fácil parece algo, más complejo suele ser: si tener a tus amigos preparados para una cita anunciada con anterioridad debería ser pan comido y supone toda una odisea para Ross, rozar la excelencia durante 20 minutos con sólo 6 personajes y un escenario, por sencillo que parezca, es un hito al alcance de muy pocos.
Y no hay duda de que con este capítulo Friends lo consiguió.