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La verdad es que ni en mis mejores visualizaciones había proyectado que sacaría curro de estar tirado en la cama, con el ordenador de lado y cansado ya de la vida, mirando La isla de las tentaciones. Y aquí estoy.
Lo que sí es ya normal y casi tradición es que cada año un buen número de autónomos saquen curro de poner en tensión sus relaciones sentimentales sometiéndolas -y sometiéndose enteros- a las narrativas televisivas. Así que ahí están nuestros Josué, Rosario, Nico, Gala y tantos otros, profundamente comprometidos con el bagaje cultural español y con hacienda.
Los concursantes de realitites son ahora ‘metaparticipantes’ y participan en redes de su propia defensa o linchamiento
Y éste ahí están no es etéreo porque sí. Cada vez más, los espacios destinados a la telerrealidad son menos site-specific y time-specific. Vaya, que ya no tenemos por qué verlos en la tele y a tiempo real. Ahora están en todas las plataformas VOD, colgados como serie de ficción, para uso y disfrute de los que estamos tirados en la cama, con el ordenador de lado y cansados ya de la vida -sea cuando sea-.
Y no sólo en cualquier momento, también en cualquier sitio; están en Instagram, Twitter, Tik-Tok y demás. Como SKAM pero bien. Los participantes son ahora metaparticipantes. Participan en redes de su propia defensa o linchamiento, con un ojo en el móvil y otro en la tele. Así, como avanzando lo que expondré a continuación, ya ni ellos mismos se limitan a ser sólo lo que se ve en la pantalla.
Porque voy a ello: Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el Reality. El sentido trágico de la vida española sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada.
Valle-Inclán, por allá 1920, ya lo escribió en boca de Max Estrella. Para los que participamos de «la vida española», la verdad es algo más que la realidad. Porque es en la deformación de la realidad que encontramos el sentido profundo de esta realidad.
En el caso concreto de La isla de las tentaciones, su mecanismo es especialmente interesante. Es un buen ejemplo de manierismo en el reality. Formas preexistentes en el formato, que forman parte de su esencia, transportadas a cada uno de sus recovecos y forzadas con una voluntad concreta.
A medida que avanza la experiencia, entran en juego las deformaciones de la realidad
Tenemos a cinco parejas que se separan durante unas semanas, juntándose a la vez entre ellas por género. Así, las mujeres de la pareja (siempre parejas heterosexuales) se juntan entre sí en una isla, y los hombres, viceversa. A estas cinco personas se les juntan unos diez solteros del género contrario, dispuestos a seducir a las y los comprometidos durante las semanas de convivencia.
Cuando una pareja entra, hay una historia común entre los dos individuos: un relato compartido de lo que es el amor y lo que uno es para el otro. En un inicio, este vínculo parece irrompible. Su realidad compartida tiene forma de verdad.
Pero a medida que avanza la experiencia, entran en juego las deformaciones de la realidad. Una vez a la semana, las y los participantes pueden ver imágenes de lo que sus parejas están haciendo en la isla contigua. Evidentemente, estas imágenes no son neutras. Hay una intención evidente y casi exagerada de poner en duda la percepción que tienen unos de otros, de hacerlos entrar en contradicción, de mostrar imágenes que dejen en mal lugar al otro. Y de interferir en un relato común que en este punto de la experiencia es ya, casi, un recuerdo.
Así, es a través de estos ipads que muestran imágenes del otro que se deforma la realidad. Esta realidad compartida, no sólo entre los miembros de la pareja, sino con el espectador, se ve corrompida por el uso malintencionado y estrábico que se da, desde la dirección del programa, a unas imágenes que, como tantas cosas hoy en día, son ‘reales’ pero no son ‘verdad’.
El estado emocional de los concursantes se ve deformado por el uso interesado y sesgado de las imágenes, que crean un relato grotesco, muy cerca del cringe, sobre los actos, las intenciones y las vivencias del otro. Y este estado emocional acarrea reacciones en los concursantes. Reacciones que crean nuevas imágenes que, debidamente narrativizadas, crean nuevos estados emocionales alterados, que generarán nuevas reacciones y, así, nuevas imágenes. Y por los siglos de los siglos…
El ipad sería el espejo cóncavo, la mentira con apariencia de realidad, los stories de Devermut, la peli comercial basada en hechos reales.
La realidad en sí ya es esperpéntica ¿Por qué llenarla entera de espejos cóncavos? ¿Por qué deformar lo deformado?
Y es sólo en las hogueras de confrontación, que permiten a las parejas reencontrarse en vivo, que las emociones pueden volver a su cauce, encontrar su enraizamiento. En el contacto piel con piel –dónde está la verdad más profunda, según Paul Valéry– puede empezar a diluirse la nube paranoide creada por el programa. La hoguera como único momento de verdad, dentro lo antropológicamente verídico que pueda ser estar envueltos de cámaras.
Seguramente les va a llevar unos meses, años incluso, deshacerse de estos fantasmas. Seguramente pasarán por momentos de ruptura y de reconciliación, que serán más o menos fieles a lo que debía ser antes de entrar en el programa. Seres ya de por sí perdidos, como cualquier joven hoy en día, manipulados por dentro como si su circuito nervioso fueran los hilos de una marioneta.
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Les habrá dado para pagar autónomos. Y, con suerte, tendrán alguna otra gala o debate, o su spin-off en Supervivientes, o muchos más seguidores en Instagram.
Como modelos de Bresson de nuestras emociones mas primarias, ejerciendo de acertada metáfora de algunas cosas -y espejo cóncavo de otras- La Isla de las tentaciones sacaría de quicio al mismísimo Ramón María del Valle-Inclán. Las relaciones humanas, por complejas, ya son esperpénticas. Los realities ya son esperpénticos. La realidad en sí ya es esperpéntica. ¿Por qué llenarla entera de espejos cóncavos? ¿Por qué deformar lo deformado?