'The Split': La receta del equilibrio
'The Split' (T2)

La receta del equilibrio

Saluden a una serie de abogadas sin jueces, donde abundan los divorcios belicosos y el viejo adulterio y se bebe cerveza a morro.
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The Split (Abi Morgan, 2018-?) es una buena serie. No tiene el ritmo endiablado de los dramas legales firmados por Michelle y Robert King (The Good Wife, The Good Fight) y carece de su milimétrica puesta en escena. Tampoco recurre a los diseños enrevesados y truculentos que ordenaban las tramas de Daños y prejuicios/Damages (Glenn Kessler, Todd A. Kessler & Daniel Zelman, 2007-2012), un show por el que se paseaban personajes de aura mefistofélica como Patty Hewes (Glenn Close).

En esta serie de la BBC todo es más corriente. Adiós a las composiciones simétricas y a los apartamientos con interiores de revista de decoración, hola a los primeros planos y a las casas gobernadas por el desorden. Despídanse de los grandes casos, de las querellas entre gigantes tecnológicos y de las triquiñuelas políticas y denle la bienvenida al derecho de familia, a los divorcios belicosos y al viejo adulterio. Aquí no hay copas de vino Hamilton Russell esperándote en el banco de la cocina, ni bourbon de treinta dólares el sorbo, aquí hay botellines de cerveza abandonados en una esquina junto a la escalera.

Saluden a una serie de abogados sin jueces, protagonizada casi exclusivamente por mujeres de clase media-alta de todos los rangos de edad cuyos problemas serán perfectamente reconocibles por la gran mayoría de la audiencia: desde las relaciones sentimentales en la ancianidad con las que lidia la madre de las Defoe (Deborah Findlay), hasta el desgaste matrimonial causado por el paso de los años y de los hijos que pone a Hannah (Nicola Walker) al borde del descarrilamiento (ese «necesitar no es lo mismo que querer»), pasando por la inestabilidad existencial de Rose (Fiona Button), esa hermana pequeña que lo único que ha hecho en su vida es casarse, o la montaña rusa existencial en la que anda montada Nina (Annabele Scholey), cuya belleza natural solo es comparable a su innato talento para complicarse la vida.

Todo eso encontrarán en The Split. Eso y salseo jurisprudencial. Si en la primera temporada las filtraciones de una página web de contactos ponían en jaque el matrimonio entre Hannah Stern (de soltera Defoe) y su marido Nathan (Stephen Mangan), usuario esporádico del servicio de escorts, y presenciábamos la fusión del despacho de las Defoe con la firma Noble & Hale, en esta nueva entrega que estrenó Filmin el pasado 9 de febrero escuchamos la cara B de aquel single: ahora será Hannah la que, tras decidir continuar junto a Nathan a pesar de sus indiscreciones, inicie una aventura con su compañero de trabajo Christie Carmichael (Barry Atsma), al tiempo que asistimos a los primeros pasos del nuevo despacho de abogados del que forman parte tres de las cuatro integrantes del clan Defoe.

Por cierto, en una serie que se cuida mucho de emitir juicios morales sobre sus personajes es interesante ver las reacciones tan distintas que, frente a la infidelidad, tienen Hannah y Nathan – Morgan y su coguionista Matt Jones se preocupan mucho de que todo el mundo tenga sus razones para hacer lo que hace, la humanidad que desprenden la mayoría de los roles es incuestionable, por más que la pareja formada por Rose y James (Rudi Dharmalingam) sea difícil de soportar.

Esta segunda tanda de seis episodios dirigidos por Paula Van Der Oest (1-3) y Joss Agnew (4-6) es más compacta que la primera. Por más que Hannah sea la clave de bóveda que sostiene The Split, la estabilidad dramática se alcanza por mor de los contrapesos que rodean el desmoronamiento familiar de los Stern, nervios argumentales que exploran los problemas del resto de las Defoe -la matriarca que no quiere ni oír hablar de un retiro dorado, el descontrol vital de Nina dando vueltas de campana a causa de un inesperado embarazo o la deriva constante de una Rose sin oficio, beneficio ni perspectivas- y que hacen que unas tramas descansen sobre otras evitando la sobrecarga del conjunto.

Esa arquitectura que podría calificarse de racionalista -que dispone los elementos para obtener el mayor rendimiento posible y reverencia lo funcional por encima de cualquier otra cualidad- también aplica en lo que a la planificación ‘legal’ de la temporada se refiere: esta T2 está vertebrada por un caso principal con guiños al #MeToo -la separación de Richie (Ben Bailey Smith) y Fi Hansen (Donna Air), populares conductores de un talent show televisivo– y, a su vez, incluye otros pleitos que se resuelven en el interior de cada episodio (el casamiento secreto de dos jóvenes con problemas de adicción y una gran fortuna detrás, la separación de un escritor de éxito de una segunda esposa que antes fue su amante, la adopción de un niño por parte de una pareja con serios problemas de responsabilidad, etc.)

El gran hallazgo de ‘The Split’ no está ni en sus brillantes interpretaciones, ni en los plot twists, sino en el modo en que cada caso supone una aproximación distinta al conflicto matrimonial que experimenta Hannah

Con todo, el gran hallazgo de esta teleficción no está ni en sus brillantes interpretaciones -Nicola Walker conteniéndose siempre en el momento justo, en ese punto en el que una mueca de más te empuja al abismo de la sobreactuación- ni en los plot twists, sino en el modo en que Morgan logra que cada pasaje procesal retumbe sobre el vía crucis sentimental que perturba a Hannah, que cada caso suponga una aproximación distinta al conflicto matrimonial que ella experimenta. Los ejemplos son infinitos: el juego con los sobreentendidos, las conversaciones que siempre sirven a dos o más propósitos (porque siempre llevan el disfraz de la segunda intención), todo el juicio simulado con los estudiantes (en el que realidad se habla continuamente de la relación a tres entre Hannah, Nathan y Christie) o los ecos que en el desarrollo del conflicto que angustia a Hannah tiene el caso de divorcio de Jack Brodeur, escritor de novelas románticas con títulos como The mirage of the affaire o One more night.

«Claridad antes que finura» sentencia Nathan Stern en el episodio final. A nadie le extrañaría que esa fuera la máxima que Abi Morgan tiene colgada en la pared de su oficina y a la que recurre para buscar auxilio cuando la mente se atasca. The Split es una serie cristalina y la guionista de Shame (Steve McQueen, 2011), The Hour (2011-2012) o River (2015) demuestra que del oficio de escribir sabe un rato. El 2.01 resitúa a todos los personajes sin necesidad de recurrir al manido resumen; la exposición de los hechos no puede ser más diáfana (piruetas narrativas, las justas), los diálogos son contundentes, pero están podados de florituras, y la puesta en escena ilustra el guion sin renunciar a la creatividad: ahí están la secuencia en la que Fi Hansen denuncia que su marido la tiene aislada, filmada utilizando hasta tres reencuadres que evidencian su encierro o el choque entre los videos domésticos que muestran la feliz infancia de las Defoe en la secuencia de créditos («ojalá volver atrás, cuando todo era más sencillo, sin complicaciones» se lamenta Nina en el capítulo final) con la realidad de una vida adulta que ha arrasado con aquel pasado idealizado. Lo dicho: The Split no viene a traernos la revolución, pero es tan fiable como un Rolls-Royce.

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