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“Quiero creer en un futuro mejor. Quiero creer en la cooperación. Quiero creer en el viaje espacial como algo positivo y quería que esta serie le dijera eso a la gente y sí, que inspirara a la gente, si era posible, a mirar hacia arriba y soñar a lo grande”.
Así recordaba Ronald D. Moore su principal motivación a la hora de crear Para toda la humanidad, junto a Matt Wolpert y Ben Nevidi, en una entrevista por el final de su tercera temporada en la que reconocía que su fandom de Star Trek cuando era pequeño y su experiencia trabajando como guionista en la serie Espacio Profundo 9, y en varias películas de las protagonizadas por el reparto de La nueva generación, han marcado profundamente su trayectoria profesional.
Esa trayectoria lo ha convertido en uno de los guionistas de género más respetados de la ficción televisiva estadounidense, un estatus que continuará con el estreno de la cuarta entrega de la serie de Apple TV+ que parte de la respuesta a una pregunta clásica en lo referente a la carrera espacial entre Estados Unidos y la URSS: ¿qué habría pasado si, en lugar de Neil Armstrong, hubiera sido el soviético Alexei Leonov el primer hombre en pisar la Luna?
Ronald D. Moore aseguraba que “no oculto que mi historia personal de niño con Star Trek, y profesional más tarde, ha influido mi punto de vista y mi optimismo”.
Partiendo de posibilidades muy reales en la historia de la exploración espacial, como la militarización de las misiones, la exploración tripulada de Marte o la entrada en la carrera de China y de compañías privadas, Para toda la humanidad representa una evolución en la carrera de Moore en la ciencia ficción televisiva y, de algún modo, hasta una culminación de ella.
En aquella misma entrevista, el guionista aseguraba que “no oculto que mi historia personal de niño con Star Trek, y profesional más tarde, ha influido mi punto de vista y mi optimismo” sobre cómo puede ser el futuro, aunque puede resultar difícil de creer después de Battlestar Galactica, que es la serie que lo hizo famoso y que arrancaba con el genocidio de la humanidad por parte de los cylones, pero es cierto que, en todas sus creaciones, lo que distingue a Moore es la gran humanidad de sus personajes y la creencia de que son capaces de grandes cosas. Y de otras terribles también porque, al fin y al cabo, son personas.
El reinventor de la space opera
Lo que no puede negarse es que, probablemente, Moore es el alumno más aventajado de aquella sala de guionistas que puso en pie Star Trek: Espacio Profundo 9, la segunda de las series de la franquicia lanzadas en los 90, después de La nueva generación.
Presentaba la novedad de que, en lugar de estar situada en una nave, sus protagonistas eran los tripulantes de una estación orbital (lo que, en su momento, generó cierta controversia con otro clásico del genero, Babylon 5) y entre sus guionistas figuraban futuros creadores y showrunners como René Echevarría (Los 4400 y Carnival Row junto a Travis Beacham), Naren Shankar (veterano showrunner de la franquicia CSI) o Bryan Fuller (Hannibal y Star Trek: Discovery), además de otros que han colaborado después con el propio Moore en otras de sus series, caso de Ira Steven Behr (Outlander) o Bradley Thompson y David Weddle (Battlestar Galactica).
Esa nueva ubicación de la saga, y que Espacio Profundo 9 se encargara de proteger un portal hacia los confines de la galaxia, llevaron a que Moore creyera que había posibilidad a incluir otro tipo de historias en las habituales optimistas y positivas de Star Trek, sobre todo porque la nave Enterprise no andaba por allí.
Sin embargo, la sombra de Gene Roddenberry todavía era muy alargada (murió en 1991, cuando La nueva generación iba por la quinta temporada) y este siempre había abogado por que entre la tripulación de las naves no hubiera conflictos. Estos ya estaban en las misiones a las que se enfrentaban, lo que frustraba enormemente a Moore. En parte, de esa frustración nacería después la nueva versión de Battlestar Galactica, un encargo del canal Syfy que quería relanzar una vieja serie de los 70, creada por Glen A. Larson (sí, el de El coche fantástico) en plena fiebre post Star Wars, y darle un toque más actual.
‘Battlestar Galactica’ utilizaba la ciencia ficción para hablar, en realidad, de las políticas de la Casa Blanca en su “guerra contra el terror”, tanto nacionales como en las incursiones militares en Irak y Afganistán.
Moore se tomó aquel encargo completamente en serio. Al fin y al cabo, la serie original ya empezaba con los cylones arrasando las Trece Colonias en las que vive la humanidad, obligando a los supervivientes a huir a bordo de una vieja estrella de combate y buscar otro planeta donde establecerse.
Además, el guionista empezó a desarrollar la reimaginación meses después de los atentados del 11 de septiembre de 2001 contra las Torres Gemelas y el Pentágono, lo que marcaría con fuerza la historia. Y, ciertamente, pocas series contaron mejor cómo era aquel mundo post 11S que Battlestar Galactica con sus cylones de apariencia humana infiltrados entre los supervivientes, sus personajes siempre al borde del colapso, y su manera casi documental de rodar las escenas.
Moore y su colaborador en la ficción, David Eick, se propusieron casi reinventar el género de la space opera y, por el camino, entregaron una de las mejores series de aquella racha triunfal inaugurada entre 2003 y 2004 que vio nacer, entre otras, a ficciones como Perdidos, Mujeres desesperadas o House.
Battlestar Galactica utilizaba la ciencia ficción para hablar, en realidad, de las políticas de la Casa Blanca en su “guerra contra el terror”, tanto nacionales como en las incursiones militares en Irak y Afganistán, y llevaba hasta las últimas consecuencias que sus protagonistas huyeran de unos series robóticos que la propia humanidad había creado, en el mejor estilo de los replicantes de Blade Runner.
Que el éxito de Battlestar Galactica llegara en aquellos años significó que el nombre de Ronald D. Moore se hizo conocido para el gran público, pues una de las consecuencias de aquella segunda Edad de Oro de la ficción televisiva estadounidense fue el ascenso de los showrunners a la categoría de estrellas prácticamente al nivel de sus actores.
Moore participaba de ello teniendo presencia en los foros oficiales de la serie (en realidad, era su mujer quien era más activa en ellos) y grabando un podcast que funcionaba como un audiocomentario de cada episodio y en el que, además de contar con algunos actores de la serie, siempre se mencionaba qué puro y qué whisky estaba disfrutando mientras comentaba el capítulo.
Entre el espacio y la Escocia del siglo XVIII
El final de Battlestar Galactica en 2009 (tan polémico como lo sería el de Perdidos un año más tarde) dejó a Moore como alguien de quien iba a seguirse con mucho interés sus siguientes proyectos. Tardaría en lanzar otra ficción de éxito, que sería Outlander, en 2014, pero antes de ella tuvo un proyecto en FOX que no pasó del episodio piloto y que prometía bastante.
Se trataba de Virtuality, una serie que debería de haber seguido a una nave que viajaba fuera del Sistema Solar y cuya empresa propietaria, para costear la misión, grababa el día a día de sus tripulantes para emitirlo en formato de reality show. La serie se articulaba en torno a esas grabaciones, a lo que ocurría fuera de ellas y a unos mundos virtuales que los astronautas utilizaban para evadirse en sus momentos de ocio.
Moore ha dedicado buena parte de su carrera a responder a ese “¿y si?” que sustenta cualquier historia de ciencia ficción que se precie de serlo
Era una propuesta muy ambiciosa para la televisión en abierto de 2008, que no tuvo continuación porque ni la cadena ni los guionistas encontraban el mejor camino para contar su historia, pero mostraba el interés de Moore por seguir explorando otras avenidas del género, como ha hecho en Para toda la humanidad.
Sin embargo, antes de llegar allí tuvo la que, probablemente, sea su mayor éxito hasta la fecha, la adaptación de las novelas de Diana Gabaldon sobre una enfermera de la Segunda Guerra Mundial que viaja por accidente a la Escocia del siglo XVIII y se enamora allí de un highlander.
Outlander puede parecer un paréntesis en la carrera de Moore pero, en realidad, se conecta temáticamente con sus otras series en, por ejemplo, el tratamiento que hace de los efectos emocionales y psicológicos de la guerra en sus protagonistas y en el retrato de Claire, su personaje femenino central, una mujer moderna del siglo XX atrapada en una época en la que las mujeres no pintan nada y, de hecho, son consideradas peligrosas si demuestran ser inteligentes e independientes.
El cambio de género de algunos personajes de la Battlestar Galactica original dio la medida de lo que aquella serie estaba dispuesta a hacer (la Starbuck mujer era un personaje mucho más complejo e interesante que el Starbuck héroe clásico arquetípico de los 70), y el adelanto de la entrada de las mujeres en el cuerpo de astronautas con respecto a la historia es uno de los momentos donde Para toda la humanidad empieza a ser una serie más interesante que cuando sus protagonistas eran simplemente los hombres que habían sido derrotados por los soviéticos.
Moore ha dedicado buena parte de su carrera a responder a ese “¿y si?” que sustenta cualquier historia de ciencia ficción que se precie de serlo, hasta en el viaje temporal romántico de Outlander, así que merece siempre la pena seguirle la pista a sus nuevos proyectos.