'Familias como la nuestra': ¿Y si los refugiados fuésemos nosotros
Crítica de la serie

‘Familias como la nuestra’: ¿Y si los refugiados fuésemos nosotros?

'Familias como la nuestra' la primera serie del cineasta danés Thomas Vinterberg concluye su andadura en Movistar Plus+. Una serie apocalíptica distinta que no renuncia a darnos un baño de esperanza.
Familias como la nuestra

Los dos jóvenes protagonistas en el centro del relato de 'Familias como la nuestra'.

En manos de casi cualquier gran productor hollywoodiense, una premisa como la que articula Familias como la nuestra (2024) hubiera dado pie a un blockbuster sobre catástrofes y a una gran inversión en efectos digitales. 

Sucede, no obstante, que la idea descapulló en la cabeza de Thomas Vinterberg mientras, como una solitaria orquídea, se preguntaba, sentado en un café de París, cómo sería vivir lejos de su tierra. Esa semilla argumental fue cobrando forma y la justificación de las motivaciones de ese exilio germinó en forma de enramado apocalíptico, con una Dinamarca al borde de la total inundación a causa del aumento del nivel del mar, consecuencia directa de los estragos causados por el cambio climático.

En el centro de la historia está Laura (Amaryllis April August), una adolescente que acaba de descubrir el amor y que se verá obligada a elegir entre marcharse con su padre Jakob, o con su madre, Fanny

El director de Otra ronda (2020) no se pliega a las exigencias de las disaster movies, aquí reducidas a un par de secuencias, ni a las tesis ecologistas. Vinterberg hace lo que mejor sabe, que no es otra cosa que encarar los problemas entregándose al drama existencial, con una continua siembra de dilemas que acuciará no solo a la extensa familia que protagoniza el relato, sino también a los propios espectadores. Familias como la nuestra.

Familias como la nuestra

Un fotograma de ‘Familias como la nuestra’. ya disponible entera en Movistar Plus+.

En el centro de la historia está Laura (Amaryllis April August), una adolescente que acaba de descubrir el amor y que se verá obligada a elegir entre marcharse con su padre, Jakob (Nikolaj Lie Kaas), casado en segundas nupcias y con otro hijo, o con su madre, Fanny (Paprika Steen). Él se irá a París. Ella será recolocada, de acuerdo con las baremaciones estipuladas por el estado, en Bucarest. 

Las raíces genealógicas no terminan ahí. Nikolaj (Esben Esmed), hermano de Amalie (Helene Reingaard Neumann) y cuñado de Jakob, y su marido Henrik (Magnus Millang), conocen antes que nadie las medidas extremas que tomará el gobierno –Nikolaj es diplomático– y actúan en consecuencia. ¿Qué haríamos nosotros en esa situación? ¿Recordando las enseñanzas de la novela picaresca venderíamos cuanto poseemos, acumularíamos todo el dinero posible y evadiríamos capitales antes de que todo el mundo supiera que nuestro país se convertirá en una bañera o actuaríamos como ciudadanos decentes? 

Detrás de esa fachada de impoluto orden que uno presume en los países nórdicos laten pulsiones oscuras dominadas por intereses espurios.

Vinterberg no deja de plantear cuestiones de profundidad similar a lo largo de los 7 episodios de esta miniserie que puede verse en Movistar Plus+. El cariz de estas diatribas va transformándose a medida que el relato muda de drama familiar en odisea de supervivencia, lo que permite al director danés abordar frontalmente la crisis de refugiados, solo que esta vez la protagonizan ciudadanos del llamado primer mundo que jamás hubiesen pensado en vivir un exilio forzado.

El viaje que emprende Laura en busca de su madre –y Elias (Albert Rudbeck Lindhardt), su enamorado, en busca de ella– estará jalonado por temas como el tráfico de seres humanos o la insolidaridad que anida en el corazón de una Europa que no se ha mostrado especialmente receptiva con aquellos que llegan de fuera en los últimos tiempos.  

Familias como la nuestra

Jakob (Nikolaj Lie Kaas) y su segunda esposa Helene (Helene Reingaard Neumann) en ‘Familias como la nuestra’.

Con todo, del nuevo trabajo de Vinterberg lo que más nos interesa son dos cuestiones. De un lado, la precisión a la hora de elaborar estos slow cook drama en los que la violencia, hasta cierto punto lógica en tan adverso contexto, va emergiendo de manera paulatina pero implacable y viene a insistir, como ya sucedía en sus mejores películas, Celebración (1998) y La caza (2012), en que detrás de esa fachada de impoluto orden que uno presume en los países nórdicos laten pulsiones oscuras dominadas por intereses espurios. Algo que, por cierto, también abordaba su colega y compañero de generación Lars Von Trier en El reino (1994-1997). 

El segundo punto tiene que ver con la inyección de un hilo de luz en una situación irreversible y desesperada. La serie se cierra con una yuxtaposición de dos series de imágenes. Las primeras se corresponden con el presente narrativo y nos muestran un país anegado y vacío. Las segundas, remiten a un archivo que nos muestra la Dinamarca inmediatamente posterior al fin de la Segunda Guerra Mundial. Esa coda final que no es más que un llamamiento a la verdadera fe en una posibilidad de recuperación después de un desastre inimaginable, encuentra su eco en una historia dura, violenta y estremecedora que, sin embargo, no renuncia a darnos un baño de esperanza sin caer ni en el cinismo adoctrinador ni en la condescendía de los finales felices. El cierre de la historia entre Laura y Elias, que nos abstendremos de revelar, también navega en esa dirección.

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