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El panorama que nos pintan las tres series de las que hablaremos no podría ser menos revelador. Tenemos ante nuestros ojos un nuevo Far West. Esta vez, sin embargo, es digital. Los caballos han sido sustituidos por unicornios y los emprendedores mesiánicos han dejado atrás a los cowboys. Los pioneros de antaño, los que ocupaban tierras y buscaban oro son ahora avispados buscadores de inversores.
En la era de las startups tecnológicas, las prisas por ser billonario, así como las ganas de imitar a referentes modernos, han causado más de un desastre en la vida real que el cine y las series no han tardado en analizar. Eso sí, casi siempre desde la retórica, muy antigua, del esquema rise and fall.
Por eso, desde el año 2010. con el estreno de La Red Social hasta ahora, momento en el que coinciden Super Pumped (Movistar+), WeCrashed (Apple TV+) y The Dropout (Disney+), podemos trazar una línea evolutiva de un subgénero, el del drama tecnológico, que está definitivamente en auge. Y al que por comodidad gramática llamaremos a partir de ahora, drama tech.
Fincher, contigo empezó todo
Muchos nos rasgamos las vestiduras la noche del 27 de febrero de 2011, cuando se celebraban los Oscars. No, no fue por la desastrosa presentación del dúo formado por una sacrificada Anne Hathaway y un perdido –¿y fumado?– James Franco en esa 83ª Gala, que también. Fue por el resultado de un palmarés que alzaba a la gloria la olvidable El discurso del rey e ignoraba a una película que, ya intuíamos, sería relevante en años venideros, La Red Social.
Sin recurrir al cliché del rise and fall, Fincher y Sorkin nos venían a mostrar qué clase de persona controlaría nuestro futuro más inminentemente.
Esta obra maestra contemporánea fue calificada por algún crítico listillo –desgraciadamente no fui yo– como la “Ciudadano Kane del siglo XXI” en una de esas comparaciones de cartel tan odiosas como, a menudo, precisas. Y es que al igual que el clásico film debut de Orson Welles, la película de David Fincher –también ignorado en los premios, como lo fue Welles– funciona como una hagiografía crítica de un falso santo capitalista. Como el retrato de los hechos vitales que explican la razón de ser de una persona influyente.
En el caso de Kane, se trataba de un personaje ficticio, moldeado como William Randoplph Hearst, magnate de los medios de comunicación. Un negocio que revolucionó el mundo durante los inicios del siglo XX. En el caso de La Red Social sí se trata de un personaje real, Mark Zuckerberg y los motivos que explican la eventual creación de otro negocio revolucionario, esta vez del siglo XXI: Facebook.
La película de Fincher, cuyo guion firmó una personalidad televisiva como Aaron Sorkin –quien sí tuvo recompensa en forma de Oscar, también fue el caso de Herman J. Mankiewicz en Ciudadano Kane– explicaba a la perfección un cambio de paradigma que se estaba produciendo desde hacía varios años. El cómo los herederos acomodados de los poderosos del mundo occidental se quedaban a cuadros cuando un tipo enclenque, algo repelente, antisocial y muy bueno con los ordenadores, se apoderaba de su invento.
En otras palabras, los cerebritos del relativamente joven mundo de los ordenadores se alzaban al fin contra los hijos pijos y bullies de las grandes fortunas. Amenazando su hegemonía y control sobre el devenir del mundo del futuro. Sin recurrir al cliché del rise and fall, Fincher y Sorkin nos venían a mostrar qué clase de persona controlaría nuestro futuro más inminentemente.
Zuckerberg, Bezos, Musk…¿Quién será el próximo?
Y al igual que en la vida real empezaron a surgir imitadores de Mark Zuckerberg que querían ser el nuevo billonario tech a toda costa, bajo el molde de La Red Social han surgido muchos títulos de lo que llamamos drama tech. Uno de esos claros aspirantes a nuevo Zuckerberg fue Travis Kalanick, el cofundador de Uber. Y en consecuencia, una de las nuevas aspirantes a ser La Red Social es la serie Super Pumped: the battle for Uber.
Con esta serie, estrenada por Movistar Plus+ y producida originalmente por el canal Showtime, los creadores de Billions, Brian Koppelman y David Levien, aspiran a crear un drama tech en clave de serie antológica. Super Pumped tratará en cada nueva temporada el caso concreto de una empresa tecnológica famosa. Para la primera temporada se sirven de Uber, la app que cambió por completo el modelo de transporte privado urbano.
No importa de qué trate la app. No importa quién haya tenido realmente la idea o haya escrito el código. Lo que importa es que lo pete.
Con Joseph Gordon-Levitt en el papel de Travis Kalanick la serie opta por explotar la vía formal de películas como La gran apuesta o El lobo de Wall Street donde la información más tocha es mostrada a la audiencia con despreocupación y cierto desprecio. Mediante infografías, narraciones y otros guiños. En Super Pumped incluso nos presentan fantasías del protagonista creadas en sets con croma o videojuegos metafóricos para ilustrar alguna aventura empresarial de la compañía. Como cuando, en plena fase de crecimiento, se implementaba en las grandes ciudades norteamericanas para competir contra los taxis.
La cuestión es que Uber y por extensión Kalanick (Gordon-Levitt) son un agente del cambio. Un fenómeno que dinamita una industria afianzada y la pone patas arriba con un nuevo modelo de negocio cuya máxima atracción es la comodidad de uso. Pero lo que realmente nos cuenta la serie es que el sistema ultracapitalista en el que se mueve la industria tecnológica premia a los imitadores. A aquellos cuyo deseo ulterior es ser el siguiente en convertirse en millonario inventor/fundador.
No importa de qué trate la app. No importa quién haya tenido realmente la idea o haya escrito el código. Lo que importa es que lo pete. Que el líder del negocio sea un vendedor nato que atraiga a inversores forrados. Y que la app o el invento revolucione el mercado en el que se lanza. Todo ello para que así el fundador de turno pueda ser el siguiente Zuckerberg, el próximo Elon Musk o directamente se permita competir con Jeff Bezos en número de jets privados. Eso es lo que quiere el protagonista de Super Pumped en última instancia. Y para conseguirlo no solo está dispuesto a arrasar con la competencia o tener una política empresarial agresiva.
También acabará cambiando en su vida personal para mimetizarse con el ideal de triunfador norteamericano. Un nuevo peinado, cambio de vestuario y dejar a la novia de toda la vida por una más guapa y escultural. Un camino de deshumanización en el que Kalanick pasa de persona a personaje. En el que aquél “la avaricia es buena” que predicaba Michael Douglas en Wall Street se convierte en mantra interior descarado, por mucho que se pregone sobre “cambiar el mundo”.
Una deriva que lleva al inevitable conflicto con los inversores y la junta directiva de una empresa que crece demasiado rápido. Un monstruo que, para sobrevivir, decide desprenderse de su propio creador –aunque éste hubiera copiado la idea a un amigo–.
Moldeados por Steve Jobs
Una jugada que ya sufrió en su propia carne el ídolo máximo de Silicon Valley, Steve Jobs, cuando Apple lo fulminó en 1985. Luego, en 1997, volvió en modo salvador. Algo que cimentó definitivamente su rol como mesías del Valle del Silicio. A Travis Kalanick ni se le espera ni se le desea en Uber. Ya controlada totalmente, sin ninguna reticencia, por los fondos de inversión que la ayudaron a despegar.
Lo mismo terminó ocurriendo con el israelí Adam Neumann y su gran idea de negocio: un coworking cool en el que ir a trabajar resultara un placer. Also así como un Kibbutz capitalista. Así nació WeWork en 2010 en pleno SoHo de Nueva York. Pese a ser una compañía sustentada en algo tan físico como los bienes inmueble, su concepción del negocio quería acercarse al de las nuevas realidades tecnológicas, mezclado con una buena dosis de filosofía new age y preocupación millennial por el medio ambiente y otros problemas generacionales.
De Steve Jobs caló la idea de que ese alguien, ese elegido, debía ser una persona que supiese vender el invento y su experiencia de uso.
Si más no, WeWork asimilaba la estética y el espíritu de las startups tecnológicas de California para ser atractiva de cara a los inversores y los clientes asentados en Wall Street. De esta forma, pasó rápidamente a convertirse en un unicornio valorado en 47.000 millones de euros. Una sobrevaloración, producto de esa burbuja creada por Neumann, que acabó por explotar.
Eso es lo que nos cuenta WeCrashed, una serie mucho más adictiva y fascinante que Super Pumped. Gracias al centro de gravedad que suponen sus dos magnéticos protagonistas, Jared Leto como Adam Neumann y Anne Hathaway como su esposa Rebekah. Al igual que en la historia real, ellos dos forman una power couple capaz de lo mejor y lo peor. Lo más interesante de WeCrashed, es la capacidad de ambos actores para canalizar la relación mimética que ambos llegaron a tener. Y en este planteamiento, es Anne Hathaway la que está excelsa en un papel desagradable pero de una complejidad enorme.
De Steve Jobs, el Neumann de la ficción parece haber cogido prestada esa áurea zen. Y la lleva al máximo: proyectando la imagen de un genio que aportará al mundo una solución que lo hará mejor. Tener 33 años, llegar desde Israel, peinar melena y andar descalzo, ayudaron seguro a todo ello. Ni que compartir despacho con desconocidos fuera la segunda llegada de Jesucristo…
Pero del fundador de Apple, la serie estrenada en su plataforma sabe coger algo que la película de 2015, Steve Jobs –escrita también por Aaron Sorkin–, dejaba muy claro. Jobs construyó la idea que un genio no es necesariamente alguien que inventa o sabe crear su invento. Sino alguien que sabe dirigir a los que crean el invento, como si de un director de orquesta se tratase. Pero, sobre todo, de Jobs caló la idea de que ese alguien, ese elegido, debía ser una persona que supiese vender el invento y su experiencia de uso.
El ideal de la experiencia de uso fue lo que propulsó a WeWork. Pero también lo que la acabó hundiendo. Neumann se agarró a eso para triunfar. Sin embargo, entre saber transmitir una idea, como es la de hacer del lugar de trabajo algo divertido y unificador –el lema inicial era “Thank god it’s monday”– y llevar una empresa de éxito hay un trecho. Por eso, cuando tu único plan de empresa son frases de autoconocimiento a lo Paolo Coelho y todas tus decisiones económicas son huidas hacia adelante, te acabas creyendo tu propia mentira. Y piensas que el día a día debe ser o bien una fiesta o bien una charla pretenciosa TED.
Hasta que algo revienta. Y esa misma creencia en una filosofía propia que atrae a inversores, clientes y empleados millennials que buscan dar sentido a su existencia, deriva en una experiencia negativa a todos los niveles. Y como lo que se prima es precisamente la experiencia, esos mismos creyentes te darán la espalda muy rápidamente.
Fake it till you make it
Para el final, la protagonista más interesante de todos los que encontramos en Super Pumped, WeCrashed y The Dropout: Elizabeth Holmes. Interpretada por Amanda Seyfreid en The Dropout, se trata de la emprendedora que (y de ahí el título) dejó la Universidad de Stanford para fundar su propia compañía. Una empresa que fusionaría medicina y tecnología de una forma nunca antes vista. Lo de abandonar la uni se lleva mucho entre fundadores tech, como Zuckenberg, Jobs, Bill Gates o Larry Page de Google, entre muchos otros.
Elizabeth Holmes ya fue sujeto de un fascinante documental, disponible en HBO Max, titulado The Inventor. Dirigido por el prestigioso Alex Gibney, es de visionado obligatorio. Incluso si queréis ver The Dropout, pues la serie de ficción ahonda en asuntos personales que complementan el relato real.
El caso de Elizabeth Holmes es un reflejo oscuro que reveló todo lo que no funcionaba –¿funciona?– en esa cultura empresarial.
Holmes se presentaba al mundo como “la nueva Steve Jobs”. O mejor dicho, el mundo la presentaba así. En la puesta en escena que realizaba Holmes de su persona cuesta discernir si la ejecución del mensaje la realizaba el receptor o el emisor. Eso es lo que la hace tan fascinante y precisamente lo que captura muy bien Amanda Seyfried en la serie. Y es que Elizabeth Holmes es, en parte, el personaje negativo que se merecía el mundo de las grandes inversiones en startups tecnológicas.
Además, el hecho de ser una mujer líder en un sector demasiado dominado por hombres, ayudó a lanzar mucho más su imagen mediática. Y ella, conocedora de todo esto, moduló su voz para ser más aguda y convirtió en jersey de cuello algo negro en su prenda de ropa única. Quien no la quiera ver como una genial parodia de todo lo que falla en Silicon Valley, está ciego. Pero si preferís un tono más serio, no hay duda que el caso de Elizabeth Holmes es un reflejo oscuro que reveló todo lo que no funcionaba –¿funciona?– en esa cultura empresarial.
La protagonista de esta historia tenía muy claro que quería ser una inventora de éxito. Eso marca su vida personal, afectada de un agudo caso de complejo de mesías por el cual su brillantez intelectual la obligaba a ser la salvadora económica y prestigiosa de una familia acomodada venida a menos. De ahí surgieron las ganas de ser una pionera en un mercado capaz de crecer a la velocidad de la luz. Más que avaricia, lo que la perdió fue la ambición, otro rasgo característico del sueño americano, convertido ahora en sueño tech americano.
Una ambición que, mezclada con ingenuidad, la llevaron a saltarse etapas (dejar la universidad como metáfora última de este pecado) hasta que dejaron de permitírselo. Fue cuando su invento, una máquina que realizaba tests sanguíneos rápidos con solo una gota indolora de sangre, se demostró fehacientemente inviable. El mal ya estaba hecho. Pues se llegaron a hacer barbaridades con la salud de los usuarios que es mejor descubrir en el documental o en la serie. La caída de Holmes y su empresa Theranos era algo inevitable.
Pero lo que perdurará del caso Theranos es que, de entre todos estos dramas tech, es el que mejor refleja otra máxima que suele reinar en el mundo de las inversiones, las presentaciones y la comunicación social: “fake it till you make it”. Engaña (o falsea) hasta que lo logres. Si hace falta cambiar tu voz y falsearla, lo haces. ¿Que tu máquina no puede realizar tests sanguíneos completos? Te inventas los resultados y ale. Mientras tengas una buena imagen y la presentes al público con un relato emotivo y mediático, el resto no importa.
De forma similar, en ¿Quién es Anna? de Netflix y Shonda Rhimes tenemos otro ejemplo perfecto de “fake it till you make it” aplicado a las redes sociales y la mina de oro que supone para una timadora lista como Anna Delvey (interpretada por Julia Garner). Más que un drama tech, aquí estamos hablando de una buena timadora tech.
El corsé del ‘rise and fall’
Ante la llegada al mismo tiempo de las tres series que nos han ocupado, es imposible no caer en la fatiga del super usado cliché del rise and fall elevado a esquema narrativo. Si además las vemos seguidas, todo puede resultar muy cansino. Y ahí es donde pierde Super Pumped, la más débil y menos interesante –por mucho que se esfuerza en gritar constantemente– de las tres. Pero basta ya de rise and falls, por favor. Si incluso Disney+ apuesta por subtitular The Dropout con Auge y caída de Elizabeth Holmes, ¡por dios!
Y además hay algo muy peligroso en este abuso: reducir el sector de la tecnología a un mundo plagado de vendehumos y vendemotos. Y no es así. Los grandes avances tecnológicos actuales no son tanto producto de una iluminación personal como son del trabajo colectivo de personas apasionadas. Y eso lo plasmó a la perfección en 2014, Halt and Catch Fire, la mejor serie drama tech de la historia.
El auge reciente de este subgénero recuerda a la vena más de cuento con moraleja que tenían esas películas de gángsters de los años 30.
Vale, no es difícil serlo bajo esta definición, pero es que es muy buena. Y si me apuras, y como suele ser habitual con la comedia, fue el gran Mike Judge también en 2014 quién mejor plasmó todo lo que realmente se cuece, para bien y para mal, en la industria tech en Silicon Valley. Por algo titulé este artículo en su día con “Buscando un mesías en Silicon Valley”.
Sin embargo, y en conclusión, con el advenimiento del drama tech, desde el 2010 hasta hoy, el mundo audiovisual ha dado señales de seguir siendo un avispado relator de fenómenos contemporáneos. El auge reciente de este subgénero recuerda a la vena más de cuento con moraleja que tenían esas películas de gángsters de los años 30. Siempre encabezadas con un cartel que decía a los espectadores que aquello que realizaban los protagonistas en la ficción estaba mal. Curándose en salud, avisando que, para nada, la película buscaba ensalzar el crimen.
Ahora cuesta más discernir dónde acaba la condena y dónde empieza la fascinación. Pero si estas tres series mantienen algo más en común con esos films de gángsters es precisamente el esquema del rise and fall. El auge y caída del Tom Powers de James Cagney en El enemigo público bien puede ser el del Travis Kalanick de Joseph Gordon-Levitt, el Adam Neumann de Jared Leto o el de la Elizabeth Holmes de Amanda Seyfried. Aunque, a diferencia del gángster cuyo cuerpo moribundo terminaba en casa de una desconsolada madre, estos tres protagonistas viven su caída en grandes mansiones, con una cuenta bancaria estupenda y viajes en jets privados.