Crítica de 'Mrs. Davis': Damon Lindelof ha venido a jugar
Crítica de la primera temporada (HBO Max)

‘Mrs. Davis’: Damon Lindelof ha venido a jugar

La esperada ‘Mrs. Davis’ ha llegado a HBO MAX (aunque no lo parezca, viendo su interfaz) como una ráfaga de aire fresco, dispuesta a poner patas arriba el género de aventuras.

Fotograma del primer episodio de 'Mrs. Davis'.

Templarios, el Santo Grial, cowboys, una guerrilla más esteticista que belicista, una inteligencia artificial que domina el día a día de las personas, Jesús como bartender de un diner esotérico haciendo falafels y una monja de armas tomar dispuesta a acabar con la dichosa IA son solo algunos de los elementos que abundan en Mrs. Davis,

La serie que, más que una serie, parece el tablero de un juego de rol en el que sus creadores, Tara Hernandez y Damon Lindelof, se lo pasan en grande mezclando personajes, referencias, tropos, iconografías y estéticas al servicio de su particular partida. ¿Lo mejor? Lindelof y Hernandez nos han invitado también a jugar. En consecuencia, nos lo pasamos en grande con las locuras que nos ponen sobre el tablero de Mrs. Davis

En la pretensión que desprendes y en cómo te presentas al mundo está la clave. Y es aquí donde ‘Mrs. Davis’ se apunta un buen tanto a favor.

Y ahí radica la gracia de la serie como divertimento de altos vuelos que es. Lo que la diferencia, con buen criterio, de otras propuestas similares: su complicidad y facilidad para arrastrarnos hacia su propio juego. Pues, a veces, uno se queda con la sensación que hay una diferencia abismal entre lo bien que pretende pasárselo una serie y lo bien que (realmente) se lo pasa la audiencia con ella. Como cuando ibas a jugar a un videojuego de un solo jugador a casa de un amigo. Mientras no te tocaba jugar, te “rayabas” esperando a que llegara tu turno con el mando. Se hacía eterno y la gratificación que sacabas de esa tarde de recreo quedaba empañada por toda esa frustración. 

Mrs. Davis

Simone y el resto de hermanas de su convento en Reno, Nevada.

Con Mrs. Davis había el riesgo de que esto sucediera. Que fuera como aquellas series (Sky Rojo, por ejemplo) o películas (Bullet Train, por ejemplo) que se creen más cool de lo que realmente son. En la pretensión que desprendes y en cómo te presentas al mundo está la clave. Y es aquí donde Mrs. Davis se apunta un buen tanto a favor y nos mantiene interesados gracias a una despreocupación tonal que no va, para nada, en detrimento de una trama llena de devenires eminentemente épicos y muy locos, debo añadir.

Larga vida al MacGuffin

Hay una escena en el segundo episodio de Mrs. Davis en la que el personaje llamado JQ (Chris Diamantopoulos) utiliza su momento de exposition (otro recurso hiper trillado de Hollywood del que hace mofa/uso la serie) ante la monja protagonista Simone (Betty Gilpin) para proclamar esta magnífica sentencia: 

“A los algoritmos les encantan los clichés y no hay mayor cliché que la búsqueda del Santo Grial. El MacGuffin más sobreexplotado de la historia” . 

Una escena en la que esta manía constante de verbalizar en exceso lo que ocurre en la trama queda subvertida para ir a favor de la serie y demostrarnos la esencia jugona de Mrs. Davis. Recurrir a un MacGuffin en la era de la supuesta sofisticación de las series –quizás ya superada o en decadencia, pero eso es otro debate– nos devuelve el visionado –o el juego, si queréis– a un terreno totalmente escapista. Lo cual está en el ADN de Hollywood desde sus inicios, por mucho que a veces se nos olvide.

Un ejemplo muy reciente en los cines es el de Dungeons and dragons: honor entre ladrones, cuya propuesta de aventura épica desenfadada con MacGuffin incluido, ha funcionado entre crítica y público. Por no hablar de Super Mario Bros.: La película, una película-MacGuffin en esencia que está arrasando en taquilla. Las ganas de escapismo puro están volviendo. Se nota en el ambiente. 

‘Mrs. Davis’ resulta algo fresco, entretenido y genuino, sin necesidad de haber inventado nada.

La búsqueda del Santo Grial por parte de una monja cuya única obsesión es eliminar a la omnipotente inteligencia artificial (apodada Señora Davis, de ahí el título) que, cual Alexa o Siri de turno, domina las vidas de las personas es, como debe ser, una mera excusa para dar arranque a la partida. 

Un MacGuffin, el Santo Grial, más usado que el aceite de las freidoras del McDonald’s, al que se le da un giro totalmente autoconsciente. Ganándose así la complicidad de quien lo está viendo. Sabiendo que, eventualmente, el MacGuffin le importará lo más mínimo y se quedará por todo lo otro que ofrece la serie. Pocos ejemplos actuales encontraremos en los que se aplique tan bien la definición de este mítico término cinematográfico que acuñó el maestro Alfred Hitchcock. 

Mrs. Davis JQ

Chris Diamantopoulos es JQ estirando al máximo su impostado e hilarante acento australiano.

La operación es de una inteligencia –humana, no artificial– creativa al alcance de pocos y es doblemente brillante si consideramos que Mrs. Davis proviene, como co-creador, de un Damon Lindelof que fue catapultado a la fama en Perdidos, una serie que abusó tanto del MacGuffin que acabó atragantada. La escuela J.J. Abrams vivió, durante mucho tiempo, por y para el MacGuffin (los artefactos de Rambaldi en Alias, la “pata de conejo” de Misión Imposible III) y ahora uno de sus alumnos más aventajados rompe el invento para reconstruirlo inmediatamente después. 

Una dinámica constante de mofa/uso o destrucción/construcción (deconstrucción, equilicuá) que extiende su característica complicidad con el público. Poniendo de relieve la capacidad de Mrs. Davis para resultar ser algo fresco, entretenido y genuino, sin necesidad de haber inventado nada. Como muestra de ello, el primer episodio incluye, significativamente, una escotilla y un segundo epílogo (doble redundancia consciente) en el que un personaje con nombre de famoso filósofo (ejem) consigue escapar de una isla desierta (ejem, ejem).

Mrs. Davis Simone Wiley

Simone y Wiley se vuelven a encontrar después de su relación interrumpida.

Esta voluntad deconstructiva, en clave recreativa, es uno de mayores argumentos a favor de este fantástico divertimento cuya fórmula escapista y su alarde de locura ultra-referencial consigue ir, afortunadamente, más allá de todo ello. El pastiche de referencias es descomunal y va desde lo propio, como la anteriormente descrita de Perdidos, a lo ajeno pero que nos ha formado a todos como espectadores. Unos espacios comunes que van desde Indiana Jones hasta El Gran Lebowski, pasando por El quinto elemento, Excalibur, los Monty Python o las cintas de Burt Reynolds.  

Fe e inteligencia artificial

En ese más allá (metafórica y literalmente) al que quiere ir Mrs. Davis está también lo más interesante del juego que nos proponen Hernandez y Lindelof. Como ya ocurría en Perdidos y las más autorales The Leftovers y Watchmen, la fe y las creencias salen a relucir como el tema con el que Damon Lidelof se obsesiona. En Mrs. Davis la obviedad está a la vista de todo el mundo (una monja como protagonista) como un recurso estético, una metáfora de las de toda la vida,  para envolver el mensaje nuclear de la serie, que no podía ser más oportuno. 

La IA de ‘Mrs.Davis’ es una novedad tecnológica en nuestra realidad. Una sobre la cual, como cualquier novedad, volcamos ahora nuestros miedos y terrores más profundos.

La monja Simone, interpretada brillantemente por una Betty Gilpin (Glow) que, como Lindelof, se lo pasa en grande y así nos lo transmite, se convierte en la heroína renegada dispuesta a todo para cumplir su cometido: acabar con la Sra Davis, la inteligencia artificial que domina las vidas de las personas a base de una aplicación de recompensas que les promete ganarse las alas. Otra vez, la metáfora a simple vista y no por ello, menos certera. 

Lo curioso de esta inteligencia artificial es que, en apariencia, ha conseguido acabar con todo lo malo del mundo. Ni más guerras, ni más crisis; todo bondades. Nadie en su contra excepto una ridícula pero acaudalada resistencia liderada por el antiguo novio de Simone, un eterno aspirante a cowboy llamado Wiley (Jake McDorman, Dopesick) y la misma Simone, quien tiene una vendetta personal, de tintes maternofiliales, con la Sra. Davis que iremos conociendo con más detalle a medida que avanza la serie.

Mrs. Davis Betty Gilpin

Betty Gilpin VS la IA en ‘Mrs. Davis’.

La inteligencia artificial que da título a la serie es una entidad todopoderosa a la que la sociedad sigue ciegamente. La tecnología usurpando el lugar que, durante siglos, hemos reservado a la religión. El antiguo mundo, representado en una monja casada con Jesús y con una férrea vocación, luchando a muerte contra el nuevo, nuevísimo, mundo que representa la inteligencia artificial. Se nota que Lindelof lleva tiempo rumiando la intersección entre fe y tecnología. Algo que, por cierto, descubrimos ya en 2020 cuando fue entrevistado virtualmente en el pandémico Serielizados Fest de ese año. Ojo a lo que explica aquí, a partir del minuto 49:

La IA de Mrs.Davis es una novedad tecnológica en nuestra realidad. Una sobre la cual, como cualquier novedad, volcamos ahora nuestros miedos y terrores más profundos. Aunque –lo más probable– acabemos abrazados a ella en un acto de fe que, como su propia naturaleza implica, no admite preguntas.

Mrs. Davis, como véis, no podía llegar en mejor momento. Y es que la religión, en su concepción occidental, es eso: un enorme salto de fe, como el  que realizaba Indy para atrapar el Santo Grial en La última cruzada, que nos obliga a suspender todo atisbo de incredulidad.

Como lo es también el cine y por extensión, las series. Sin esa fe, sin esa suspensión de la incredulidad, nada de lo que nos cuentan en pantalla tendría sentido. Esa misma fe es el foco último de la pregunta que esconde Mrs. Davis, ¿estamos dispuestos a darle nuestra incuestionable fe a la tecnología? ¿O estaremos listos para resistirnos como Simone? 

en .

Ver más en Dios nos bendiga, Mrs. Davis.