Crítica 'Beef': Heridas abiertas
Crítica de la serie

‘Beef’: Heridas abiertas

'Beef', uno de los grandes éxitos de Netflix en lo que llevamos de año, es una fascinante historia de vidas cruzadas sobre la rabia contenida y las consecuencias de esta.

Puesto que analizarla en profundidad supondría revelar ciertos detalles de su trama, mis elogios en relación a Beef  van a ser un tanto superficiales. Síntoma directo de tan solo una cosa: fascinación. Debéis verla. No, de verdad, DEBÉIS verla.

“The moment you begin to worry, the moment you acknowledge the worry, you solidify it into existence, which is why we chose to ignore and ignore we did”

Obra iniciática de Lee Sung Jin (aunque parezca mentira), este guionista de origen surcoreano con experiencia en las series Dos chicas sin blanca, Silicon Valley o Dave, parte de una anécdota relativamente sencilla que forzará a la serie a transitar a través de la comedia negra, la acción, el drama, la crónica de la experiencia asiático-estadounidense, la tragedia y el análisis de los problemas clase. Todo un tour de force.

¿Su premisa? «Un incidente de tráfico entre dos desconocidos desata un conflicto que sacará a relucir su lado más oscuro”.

Pero…¿quién son ellos?

Desesperada por mantener una serenidad auto-impostada vital para la supervivencia y éxito de su negocio de plantas, la empresaria Amy (Ali Wong) no puede evitar estar enfadada por muchas cosas todo el tiempo: la intromisión de su suegra en su vida, las manipulaciones constantes de una multimillonaria interesada en adquirir su negocio, la insistencia de su marido en seguir los pasos de su padre artista a pesar de su evidente falta de talento, o la creciente culpabilidad de una maternidad postergada que no le permite tener una relación más cercana con su hija. 

Danny (Steven Yeun), un contratista en tiempos bajos, tampoco puede evitar sentirse enfadado: endeudado con su primo ex-convicto, su negocio no funciona, está profundamente deprimido, se siente responsable de su hermano pequeño obsesionado con las criptomonedas, y se fustiga constantemente ante su obligación de asegurar la vejez de sus padres y verse económicamente incapaz de hacerlo.

“Sometimes, rock bottom is your trampoline”

Ambos se conocen por primera vez estando al volante, navegando por el aparcamiento de una tienda para el hogar. Cada conductor está allí por diferentes razones, pero ambos reaccionan de la misma manera ante su choque, dando el pistoletazo de salida a una serie de eventos que mantendrán al espectador pegado a la pantalla.

A medida que avanza, la serie dibuja, no sólo a sus protagonistas, sino también sus entornos, sus familias, sus deseos y sus anhelos de forma muy inteligente. Descubriéndonos poco a poco un grupo de personas disfuncionales enfrentadas a sus propias tensiones internas y decepciones. Poca gente es genuinamente feliz en Beef.

Uno de los mensajes más potentes que nos lanza su creador, es que a pesar de las condenables acciones de sus protagonistas, ninguno de ellos son malvados. Todos tienen la capacidad de ser bondadosos y redimirse. A ratos les despreciamos, a ratos les queremos. Pero la castración que sufren a la hora de abrirse emocionalmente y no mostrar empatía hacia los que sufren (ni reconocer los orígenes reales de su ira) provoca que sean incapaces de conectar entre ellos. Cuando lo más fuerte de todo, es que ese sufrimiento que les atraviesa les hace más iguales que diferentes.

Beef aborda de forma descarnada y directa el desprecio y la desesperación existencial de dos personajes que se sienten atemorizados de quedarse solos y aislados. Un tema relativamente recurrente en el audiovisual contemporáneo al que todo el equipo creativo y técnico ha conseguido darle una vuelta de tuerca.

Ya sean sus títulos, los simbolismos, el montaje, la banda sonora o su fotografía, la serie consigue decirnos algo nuevo sobre la soledad. A24 no falla. Una productora que, aparentemente, donde pone el ojo pone la bala. La serie (al igual que la recientemente ganadora del Oscar a mejor película, también firmada bajo su sello) muestra de forma certera las diferencias de clase, etnia y personalidad que hacen únicos a cada uno de sus personajes, en su mayoría asiático-americanos, honrándolos en lugar de aplanarlos en un mero ejercicio idealizado y estereotípico de «representación positiva» paternalista. 

Beef remarca de forma brillante la preocupante falta de comunicación en nuestra época, donde casi todo el mundo está unido por vínculos construidos a través de la superficialidad, el vacío y la autodestrucción. Donde el simple deseo de conectar nos resulta inalcanzable. Pero, moraleja: no es imposible.

Lo mejor de Beef es su in crescendo constante nada forzado. Una serie sobre gente desquiciada que se vuelve más salvaje y melancólica a medida que avanza. No te esperas nada. Verla sin saber que ocurrirá es una delicia.

«Can’t have form without space. Can’t experience light without dark»

Su estructura y arco narrativo mantiene a Amy y Danny en esferas separadas casi todo el tiempo. Están constantemente conectados, pero casi no se ven. Algo que que aumenta el impacto las pocas veces que se encuentran cara a cara.

¿Y que decir de Wong y Yeun a estas alturas? Dos actores comprometidos de principio a fin con sus personajes y la trama. Sus actuaciones tienen una ferocidad mordaz que arraiga aún más la sensación de que la disputa planteada no solo es importante, sino que es una cuestión de vida o muerte. Y nosotros debemos estar ahí para ver su desenlace.

Y hablando de desenlaces. Ese final…al son de Mayonaise de Smashing Pumpkins, imposible de olvidar. Dicen que después de la tormenta viene la calma. Y no sé si será el caso de Danny y Amy. Pero algo es seguro: muchas veces despreciamos en los demás lo que odiamos de nosotros mismos. Es por eso que les deseo lo mejor y espero poder verles de nuevo (Netflix hazme el favor).

I see your life, you poor thing…

We’ll try and ease the pain

But somehow, we’ll feel the same

Well, no one knows

Where our secrets go

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