Crítica 'Smiley': Amor a la catalana
Crítica 'Smiley'

Amor a la catalana

Precedida por unas grandes expectativas, las mismas que ante una primera cita en un bar de Barcelona, la serie 'Smiley' no sólo cumple sino que cautiva y deja con ganas de más.

Se abre el telón televisivo y la serie Smiley, estrenada en Netflix este 7 de diciembre y posicionada en el Top 5 en menos de 24h, arranca con una llamada del camarero guaperas Álex dejando un mensaje en el contestador de su crush exhibiendo su vulnerabilidad ante un ghosting de manual. Sólo que, cosas del destino, o serendipia para los amantes de las love story clásicas, un error al marcar el número provoca que el mensaje acabe en el contestador de un Bruno más intelectual, cinéfilo e inseguro. Una llamada de vuelta, un primer encuentro… y el resto es historia. Historia en ocho capítulos de una media hora cada uno menos convencionales y previsibles de lo que se podría suponer.

Smiley llega a la pantalla como adaptación de la obra teatral del reconocido dramaturgo Guillem Clua que nació como un  proyecto tímido y fue creciendo hasta llegar a traducirse a varios idiomas y expandirse a otros países. En este sentido, es de vital importancia que sea el mismo Guillem Clua quien haya creado y escrito la versión de Netflix porque esto ha permitido mantener intacta la magia de la obra de teatro a la vez que expande, de su misma mano y mente, el resto de historias paralelas. La adaptación al lenguaje televisivo se sirve de pantallas partidas no molestas, ensoñaciones amables, flashbacks no intrusivos y un lenguaje fresco y dinámico.

Smiley está disponible en Netflix

Si bien el eje central de la historia romántica gay son Bruno (Miki Esparbé) y Álex (Carlos Cuevas), el resto de tramas y subtramas que se articulan a su alrededor están bien hiladas, se contagian de ese encanto de la historia principal, lo retroalimentan y, a la vez, consiguen mantener una independencia suficiente para explorar otras dimensiones de la vertiente LGTBIQ+. Y no LGTBIQ+ también. Porque es imposible pasar del segundo capítulo sin darse cuenta de que en esencia Smiley va sobre el amor, el desengaño, la vulnerabilidad, el rechazo, los miedos, la edad, las oportunidades perdidas y un sinfín de temas que van más allá de la sexualidad o cuestiones de género. La serie de Guillen Clua va sobre la vida, siendo representada mayoritariamente por el punto de vista queer porque es imprescindible que su voz sea escuchada, pero no es una serie solo para gente del colectivo. Es una serie para gente que ama y desea ser amada. Punto. Bueno… y, en el camino, nos echamos unas buenas risas.

Su idea es fácil, sencilla y repetida en más de 50 años en los libretos de las historias de amor. Pero en ‘Smiley’ funciona mejor.

Sólo la experiencia de Clua, labrada desde hace más de una década en teatros, musicales y cine pero también como guionista de las famosas series catalanas La Riera y El Cor de la ciutat es capaz de crear un equilibrio perfecto pero a la vez oscilante de forma natural entre la comedia, el drama y unos guiños a las sitcoms de enredos. Y, además, transitar por este camino de forma natural y tocando el corazón del espectador: al igual que surgen las risas, nacen las lágrimas y una emoción capaz de encoger el corazón.

Si Guillem Clua representa a un director de orquesta excepcional, el talento de esta serie se nutre de unos instrumentos impecables, bien afinados y que dotan de sentido el conjunto. Decir que Carlos Cuevas como Álex 2 Gimnasios y Miki Esparbé como Bruno Pedante tienen química es quedarse corto. Ver en pantalla a estos dos actorazos es una delicia interpretativa. Son un match perfecto, físico y emocional.

Las escenas de ambos presumen de autenticidad, traspasan la pantalla y llenan de matices y veracidad una trama que realmente es sencilla: chico conoce chico, o chica conoce chica o chique conoce chique o chico conoce chica, surge la chispa, afloran sus diferencias e inseguridades, cada uno intenta lidiar con ellos, hasta que la trama se resuelve. Es una idea fácil, sencilla y repetida en más de 50 años en los libretos de las historias de amor. Pero en Smiley funciona mejor.

Miki Esparbé y Carlos Cuevas, en su encuentro telefónico fortuito

Alrededor de Esparbé y Cuevas orbitan el resto de personajes conocidos en mayor o menor medida: Meritxell Calvo y Giannina Fruttero como Vero y Patricia, una pareja de lesbianas en proceso de redefinir su relación; Eduardo Lloveras y Ruth Llopis como Albert y Nuria, pareja heterosexual que lidia con el desgaste de su propia relación, los hijos y sus aspiraciones individuales fuera de la pareja; Amparo Fernández como Rosa y Carles Sanjaime como Ramiro desnudando las tonalidades del amor maduro.

Y más. Entre otros, el celebérrimo Pepón Nieto. Pepón Nieto que forma parte de la trama del amor maduro. enlazando y permitiendo la transición fluida de las tramas. Luciéndose como mocatriz y proclamando sin despeinarse “Bienvenida a la dictadura del maricarcado”. Es su personaje una figura representativa e imprescindible en esta serie como gay senior (porque la edad queer es una categoría superior, no un estigma), necesaria en su discurso que no por conocido o sensiblero es menos cierto.

¿Por qué ‘Smiley’ sigue siendo diferente y superior a otras historias de amor contadas? Por los detalles

Ahora bien, ha hecho falta llegar a más de media crítica para destacar un aspecto negativo: Pepón Nieto en su primera aparición como drag no convence. Ni de lejos. Desgraciadamente, su Keena Mandra no trabaja de drag, sino que se disfraza de drag. Patinazo. Una sola vez, cierto. Con el paso de los capítulos, algo inexplicable ocurre pero el vestuario de drag mejora, el maquillaje también, la soltura sobre el escenario se despliega… Así que, no me interesa si es fallo de producción o vestuario pero Pepón es una digna Keena Mandra sólo después de la primera actuación.

Llevamos dos: un guión excelente con unos diálogos ocurrentes y frescos que fluyen, más unas subtramas de calidad interpretadas por secundarios que aportan, no rellenan únicamente y transmiten emoción y amor. ¿Por qué Smiley sigue siendo diferente y superior a otras historias de amor contadas? Por los detalles. De nuevo, Guillem Clua no puede ocultar ser el responsable.

Sea una serie queer o heteronormativa (más en estas últimas y, por desgracia, más en las producciones españolas) los detalles visuales e interpretativos son los que afianzan los tópicos y estereotipos especialmente de género pero también raciales y sociales. Y Smiley da una lección para quien quiera mirar con lupa.

Smiley es la perfecta sitcom navideña

Giannina Fruttero como Patricia es chilena y bebe mate porque el mate no es sólo de argentinos, señores. Y tiene una madre cubana que no oculta su acento en esta serie (María Isabel Díaz). Hay varios personajes racializados con un castellano impoluto que avergonzaría a muchos estudiantes de la ESO; variedad de cuerpos no-normativos; estamos en 2022 con un lenguaje ya interiorizado -desde el Linkedin, hasta Drag Race pasando por Instagram-, Dora la exploradora, mensajería instantánea y las apps de citas; comentarios salidos de un guión escrito con amor -la Vero va “al bazar” de la esquina, no “al chino”-; a una niña y a un niño por Navidad les regalan un teclado y un monopatín. ¿Algún atisbo de género? No identificables.

Demos el valor que se merece a este cuidado en un panorama seriéfilo plagado de mensajes discriminatorios subliminales para quien quiera mirar y no sólo ver.

Y ninguno de estos detalles se señalan ni se exaltan, porque no son importantes para las tramas que están viviendo. Pero son importantes, esenciales, para nuestro crecimiento como sociedad. Guillem Clua grita su verdad integradora con su pluma en sus guiones y susurra el mismo mensaje en sus detalles. Demos el valor que se merece a este cuidado en un panorama seriéfilo actual plagado de mensajes discriminatorios subliminales para quien quiera mirar y no sólo ver.

Y como guinda del pastel: Barcelona. Barcelona en Navidad para tocar más la fibra emocional. Porque si no fuera suficiente con la estela de aciertos de Smiley, la serie bebe de una cierta tradición bastante reciente, inaugurada por la serie Cites, de enmarcar las nuevas producciones audiovisuales destacando paisajes agradecidos y favorecedores de la ciudad condal. Dani de la Orden apostó justamente por explotar con éxito esta misma línea en sus primeras películas.

Por otro lado, Barcelona no se queda en un mero escenario de postureo sino que acompaña a esta primera producción de Netflix tímidamente bilingüe (todo se andará) y se complementa con una banda sonora que incluye una nadala -villancico catalán-. Smiley continúa así el mismo camino por el que otras producciones catalanas empiezan a ser reconocidas con un sello de calidad propio como la mencionada Cites, Merlí, Polseres vermelles, Benvinguts a la Família

Por el todo y por la suma de sus detalles, Smiley no deja de ser una loa al amor, excepcionalmente bien construida. A fin de cuentas, no importa que escojas una cerveza simple o una artesana de importación sino que la disfrutes con placer al lado de la persona que amas (smiley cómplice para quien entiende la referencia tras ver la serie).

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